Su pensamiento teológico era igual al de Pablo VI definido en la Exhortación Evangelii nuntiandi, como respondió él mismo en 1978 a quien le preguntaba si apoyaba la teología de la liberación: Sí, soy de la teología de la liberación de Pablo VI, no de otra.

En un contexto histórico caracterizado por una tremenda tensión y una cruenta lucha política, se confundió con conspiración con la ideología marxista la defensa concreta de los pobres, a quienes Romero ayudaba, pero no por cercanía con ideas socialistas, sino por fidelidad a la Tradición, que desde siempre reconoce la predilección de los pobres como opción de Dios.

Se ha demostrado que el odio profundo de la represión oligarca que armó la mano del asesino de Romero solo estaba motivado por el amor demostrado por el obispo a favor de la justicia y a la defensa de los pobres, de los indefensos y de los oprimidos. Un odio que se desató bárbaramente también contra otros miembros de la Iglesia. En definitiva, Romero no eligió la vía de la participación política, en un contexto violento de guerra civil, sino que optó por una opción totalmente evangélica. Además, se ha demostrado que Romero fue un verdadero pastor que dio la vida por sus ovejas y murió coherentemente con la fe, con la doctrina y con el magisterio de la Iglesia. Su disposición para dar la vida se cumplió en el altar de la Eucaristía. Este momento final de su vida es calificador. San Juan Pablo II afirmó: “Le han matado precisamente en el momento más sagrado, durante el acto más alto y más divino..., mientras ejercía su misión santificadora ofreciendo la Eucaristía.

Tras su elección como arzobispo de San Salvador, Romero fue testigo de un desencadenamiento de la violencia: la represiva del Gobierno militar y la subversiva de los grupos de guerrila revolucionaria. Sus sacerdotes fueron asesinados y torturados. Ante este clima de violencia y de persecución de la Iglesia, Romero reaccionó como obispo y pidió con fuerza justicia a las autoridades, respeto de los derechos humanos, y comenzó a denunciar públicamente las atrocidades y las injusticias. Protegió a los oprimidos, al clero y a los fieles perseguidos, y lo hizo precisamente en virtud de las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, y a través del magisterio conciliar y pontificio. Pocos meses antes de morir, cuando un periodista venezolano le pregunta sobre su conversión de cura en sotana a pastor militante, metido a político, respondió: “Mi única conversión es a Cristo, y a través de toda mi vida”. Ciertamente, el asesinato del padre Rutilio Grande, su amigo fraterno, determinó en él un espíritu de fortaleza, como la llamó él mismo. Una conciencia de tener que actuar en ese momento con más valor, haciendo referencia al amor evangélico en la vida social.

Si bien era arzobispo, primado de la Iglesia de El Salvador, no quiso vivir en la residencia episcopal, sino en la casa del portero de un pequeño hospital. Su beatificación constituye un signo providencial Romero es un obispo con espíritu de fortaleza, pero puso en práctica las Bienaventuranzas evangélicas. Persiguió la justicia, la reconciliación y la paz social. Sintió la urgencia de anunciar la Buena Nueva y de proclamar cada día la Palabra de Dios. Amó a una Iglesia pobre para los pobres, vivía con ellos, sufría con ellos. Sirvió a Cristo en la gente de su pueblo. Su fama de hombre de Dios sobrepasa las fronteras de la misma catolicidad. 

 

Es el primer gran testigo de la Iglesia del Concilio Vaticano II. En ejemplo de Iglesia que sale de sí misma. Representa una figura emblemática para la Iglesia de hoy e ilumina el ministerio presente y futuro.

 

Monseñor Vincenzo Paglia, 

Postulador de la Causa de canonización del arzobispo Romero

Extractos de una entrevista en Alfa y Omega, no. 930, 21 mayo 2015, Madrid.

 

 

 

Compartir