14981646682 13cc51c08a_o “Quizá llegues a ser sacerdote”. Estas fueron las palabras proféticas pronunciadas por Mamá Margarita en una mañana de 1825 cuando escuchó, de labios de su hijo Juanito, la narración de un sueño que había tenido la noche anterior.

Desde pequeño, la idea de ser sacerdote fue acompañando a Juan Bosco. Las condiciones religiosas del ambiente eran favorables, pero no así las económicas de su familia.

Cuando iba de camino a la Iglesia, acompañado siempre de su madre, encontraba a menudo, a algún sacerdote. Juan lo saludaba, pero la respuesta era la indiferencia. –Mamá-, replicaba Juan, -¿por qué son así? –Hijo-, contestaba su prudente madre, -es que son muy importantes, están muy ocupados.

La conclusión de Juan era: “Si llego algún día a ser sacerdote, seré diferente”. Ciertamente, es muy significativa la respuesta de un niño que, sin ningún estudio, tiene una idea  de sacerdote más clara que la de otros que se han devorado gruesos tratados de teología.

Pero, ¿cómo conseguir una meta tan difícil? ¿Cómo lograrlo, si había quedado huérfano desde los dos años y, además con dificultades para estudiar?  Por otra parte, su hermanastro Antonio no comprendía cómo un campesino pudiera dedicarse a los estudios. Sin embargo, los pensamientos y los caminos de Dios son diversos de los humanos.

Dios lo llamó para ser sacerdote. Contra todos los pronósticos, logra estudiar. Las dificultades que debió afrontar son incontables y capaces de desanimar a cualquiera. Juan tenía una meta clara y la convicción profunda de que Jesús y María iban guiando su camino. 

 

Los problemas fortalecían su carácter para enfrentar la misión que se le encomendaba.  La preocupación y seriedad con que asumió los estudios, no le quitaron el interés por sus compañeros y, más bien,  estaba siempre pendiente de ellos.  Los jóvenes fueron su campo, se le había hecho ver en el sueño de los nueve años.

Al cumplir 20 años ingresó al seminario. Poco a poco, llegó a ser modelo de seminaristas, excelente compañero, alegre y siempre dispuesto a prestar cualquier servicio.

Como diácono, Bosco piensa ya en el sacerdocio.  Su ordenación sería en Turín. ¿Qué clase de sacerdote será? En los ejercicios espirituales de preparación escribe en un cuaderno sus propósitos. Entre ellos se lee el siguiente: “La caridad y la dulzura de san Francisco de Sales me acompañarán siempre”. 

 

El 5 de junio de 1841 fue ordenado sacerdote  a los 26 años. En adelante sería “Don” Bosco, como eran conocidos los sacerdotes italianos. La meta y su sueño  quedaban coronados.

 

Pero ¿será consecuente ahora que es sacerdote con lo que pensaba cuando era niño? Este es el reto que  ronda en su cabeza. Es joven y dotado como pocos. Ante sí hay posibilidades y puentes de oro tentadores. Una familia acomodada lo quiere como maestro de sus hijos; los habitantes de Murialdo, cerca de I Becchi, lo piden como capellán y están dispuestos a doblarle el estipendio; en Castelnuovo lo quieren como vicepárroco. Don Bosco, en cambio, quiere ocuparse de los muchachos de la calle. ¡Qué idea más extraña! ¿Estará loco? Es el convencimiento que tienen de él sus colegas sacerdotes.

 

Aconsejado por su confesor, José Cafasso, se prepara mejor en la Residencia sacerdotal de Turín y allí aprende “a actuar como sacerdote”. La experiencia de encontrarse con los jóvenes en las cárceles y el caminar en las calles con ellos, le dan un vuelco irreversible a su vida: su sacerdocio y toda su vida es para los jóvenes.

 

Don Bosco es consecuente con su sueño: se hace Oratorio para los jóvenes marginados y con ellos se santifica.

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