Rector-mayor-1 Nuestra Familia, presente en casi todos los rincones de la tierra, está invitada a transformarse en casa de Jesús, en su morada, una en la que cualquier persona, de cualquier condición —pero sobre todo las más necesitadas—, pueda vivir la experiencia de venir y ver. 

Ángel Fernández Artime

En su evangelio, Juan narra los humildes inicios del pequeño grupo de discípulos de Jesús. Su narración comienza de modo misterioso: se dice que Jesús «pasaba». No sabemos de dónde viene ni a dónde va. No se detiene junto al Bautista: va más allá de su mundo religioso del desierto. Por ello, Juan sugiere a sus propios discípulos que concentren sobre él su atención: «He aquí el Cordero de Dios». Jesús viene de Dios, no con poder y gloria sino como un cordero indefenso e inerme. No se impondrá jamás con la fuerza, no obligará a nadie a creer en él. Un día será sacrificado en una cruz. Quienes quieran seguirle deberán acogerlo libremente.

Los dos discípulos que escucharon al Bautista comienzan a seguir a Jesús antes de que este diga una palabra. Hay en él algo que les atrae, aunque no saben aún quién es ni a dónde los conduce. Sin embargo, para seguir a Jesús no basta escuchar lo que otros dicen de él: es necesaria una experiencia personal. Así, Jesús se vuelve y les dirige una pregunta muy importante: «¿Qué buscan?». Esas son las primeras palabras que dirige a quienes le siguen porque no se pueden seguir sus pasos en un modo cualquiera: ¿Qué cosa esperamos de Él? ¿Por qué lo seguimos? ¿Qué cosa buscamos? Aquellos hombres no conocen a dónde les podrá llevar la aventura del seguimiento de Jesús, pero intuyen que él puede enseñarles algo que no conocen aún: «Maestro, ¿dónde vives?». No buscan en él grandes doctrinas. Quieren que les enseñe dónde vive, cómo vive y cuáles son sus proyectos. Desean que les enseñe a vivir. Jesús les dice: «Vengan y lo verán».

 

Como los discípulos de Juan, también nosotros nos pusimos en camino para seguir a Jesús, quizá sin conocerle demasiado, quizá sin saber con certeza qué cosa significa ser sus discípulos al estilo de Don Bosco. Es verdad que Don Bosco es una persona fascinante, capaz de inquietar positivamente el corazón de las personas, de arrastrar comunidades enteras hacia el Dios de la Vida, incluso en modo que no se despeguen de la vida ordinaria, de la sencillez y de la “normalidad” de un ciudadano cualquiera sobre esta tierra. No siempre uno se pregunta qué sostiene la actualidad de Don Bosco, qué cosa lo impulsó durante su vida y qué empuja hoy a su obra para que sea capaz de involucrar y entusiasmar. Y Jesús, como a los discípulos de Juan, en un momento casi por azar, nos mira y nos pregunta: «¿Qué buscan? ». También yo les pregunto hoy: «Familia Salesiana, ¿qué buscan? ». 


El plan de pastoral
vocacional de Jesús

Es muy importante que cada uno responda a esta pregunta personalmente y, alguna vez también, como cuerpo eclesial. Necesitamos aprender a escuchar la Palabra de Jesús con el corazón abierto, lo más purificado posible, renovando nuestra capacidad de escucha. Antes de escuchar a Jesús, los discípulos de los que habla el Evangelio escucharon al Bautista —“He aquí el cordero de Dios”—, experimentando en el propio corazón el deseo de buscar algo más en su vida. Y así también Simón escuchó a su hermano Andrés: “Hemos encontrado al Mesías”, le dijo y lo “condujo hasta Jesús”. Escuchar y reconocer la voz de los intermediarios es una primera condición.

 

Y nosotros, como Familia Salesiana, hemos sido llamados también a volvernos intermediarios que conducen a los demás a Jesús —en nuestro caso específico, especialmente a los jóvenes—. Por tanto, estamos llamados a escuchar mucho más a Dios y a los demás, y también a estar listos para volvernos nosotros mismos intermediarios, mediadores que llevan a Jesús. Ésta es una convicción mía y la comparto para que pueda ser también de ustedes. Nosotros, como familia, estamos llamados a una mayor escucha de Dios y de los demás, sobre todo de los jóvenes que por todas partes y en las distintas periferias nos interpelan. 

 

Una vez que los discípulos respondieron con un poco de sorpresa y pena al preguntarle dónde vivía, Jesús hizo sentir su invitación, que se dirige hoy a nosotros: “Vengan y lo verán”. He aquí el plan de pastoral vocacional de Jesús. 

 

Estimados: nuestra familia, presente en casi todos los rincones de la tierra, está invitada a transformarse en casa de Jesús, en su morada, un lugar donde cualquier persona de cualquier condición —pero sobre todo las más necesitadas—, pueda vivir la experiencia de venir y ver. 

 

Pero podemos igualmente preguntarnos cuál era la casa de Jesús. De hecho, en los Evangelios le encontramos casi siempre en el camino. Cuando está “en casa” se encuentra como huésped de alguno que le recibe, pues sabemos que no tenía siquiera “dónde reclinar la cabeza”. Por tanto, hay que poner atención a no apegarnos demasiado a las estructuras de nuestras casas y presencias, a nuestras obras e instituciones. Seguramente merecen reconocimiento, sí, pero cuidado con el triunfalismo fatuo que finalmente nos vacía. La vacuna para prevenir y combatir esta enfermedad es contemplar a Jesús siempre en el camino, pues el camino es justo el escenario de un rabí con sus discípulos. De hecho, ¿qué significa ser discípulo, sino una persona que sigue a un maestro? 

 

¡Dios no nos quiere dormilones!

Recuerden la historia de Samuel, bien conocida, pues es un texto vocacional típico: Dios llama “Samuel, Samuel”, y él responde: “Heme aquí”. Pero quiero subrayar otro aspecto. En la narración parece que Dios se hubiese empeñado en no dejar dormir a Samuel: el texto dice que “El Señor llamó” y todavía más: “El Señor llamó de nuevo”, y una vez más: “El Señor volvió a llamar”. Finalmente: “Vino el Señor, permaneció junto a él y lo llamó como las otras veces”.

 

Una primera observación es que Dios no se cansa de llamarnos y otra es que no nos quiere dormilones. Lo repito: ¡Dios no nos quiere dormilones! Pongamos mucha atención en un pecado no poco común: la autocomplacencia, es decir, el conformarnos con lo vivido ad intra, el gusto y la satisfacción de estar juntos y de poner al centro a nosotros mismos, como grupos e instituciones. Cuando uno se encuentra muy a gusto, muy mimado, en el calor de la “dulce casa”, es fácil adormilarse. Y una familia dormida y dormilona no puede ser nunca una porción de la Iglesia en salida, como nos propone hoy el Papa Francisco y como es propio de nuestro ADN salesiano desde su origen. 

 

¡Despertémonos y despertemos al mundo! Nuestro carisma está más vivo que nunca no por virtud nuestra, sino por la gracia de Dios que no nos abandona nunca, por la fuerza de su llamado, por el testimonio de nuestros queridos santos, beatos y venerables de nuestra inmensa Familia y por el testimonio de miles de hermanas y hermanos que nos han precedido o que están hoy en medio de nosotros. Pero sobre todo, es un carisma más vivo que nunca porque todavía hay millones de jóvenes, sobre todo los de las distintas periferias geográficas y existenciales, que gritan a Dios, a veces con mucho ruido y tantísimas veces más con un profundo silencio lleno de dolor, abandono y sufrimiento.

María Auxiliadora, Madre, Estrella de nuestra vida personal y comunitaria y Maestra de nuestra espiritualidad, presente ya y operante desde los orígenes hasta hoy, nos conforte y nos anime para vivir la comunión entre nosotros, en la Iglesia y en la sociedad, para ser instrumento de la cultura del encuentro dondequiera nos encontremos y para vivir nuestro carisma como comunidad creyente en salida, en misión, donde cada uno de nosotros pueda crecer como verdadero discípulo y discípula misioneros. Y vivir como Don Bosco: con los jóvenes y para los jóvenes.

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