1 El fatídico triángulo norte – Guatemala,
El Salvador, Honduras – ofrece un panorama desolador para
la infancia pobre.

 

Escuelas desvencijadas, salarios de hambre, desprotección social, desnutrición generalizada, carencias sanitarias, violencia campante, inseguridad permanente.

El presente es agobiante. El futuro, peor. Para sobrevivir hay que escapar. Es un río humano permanente hacia el Norte mítico.

Las autoridades se dejan absorber por sus ventajas personales, sus salarios desproporcionados, su vida confortable, sus privilegios. 

La gran masa poblacional que se debate en el inframundo de la miseria vive atenazada por la inseguridad, el abuso, la carencia de futuro.

Ser joven en esos barrios marginados es un estigma. Su sola condición juvenil lo convierte en sospechoso. Las patrullas policiales o militares los maltratan porque sí. Pueden ser detenidos sin cargos y pasar meses encarcelados hasta el día cualquiera en que se les libera sin ninguna explicación.

 Los padres viven en angustia permanente porque el hijo es acosado para que ingrese a la pandilla o mara. Si se niega, lo matan.

 

La jovencita es cortejada por el jefe de la mara. Si lo rechaza, será secuestrada, violada en grupo, desmembrada y lanzada a cualquier riachuelo sucio.

Solución: huir del país, arriesgarse como se pueda para encontrar una nueva vida en Los Ángeles, donde ya están su tío, su papá o su hermano.

 El triángulo norte se ha vuelto un lugar inhabitable para los pobres. Las autoridades fingen resolver la crisis con demagogia de ocasión, con paliativos o parches para la foto en el periódico.

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