TM4 Yo creo que hay cosas buenas en este mundo, y por eso me empeño en combatir todos los días la buena batalla. Si la espiritualidad es un modo de vivir el Evangelio y el Evangelio es la buena noticia del encuentro con Jesús, para mí el rostro de los jóvenes, como se diría en “El Principito”, me han “domesticado”. 

 

En este mundo siempre hay algo bueno por lo que merece la pena comprometerse. Don Bosco eligió trabajar en lo bueno que había en los muchachos, empezando por los últimos y encontrando en ellos el rostro del Resucitado, que es un rostro que manifiesta bondad y alegría. 

En los lugares donde no estamos presentes nosotros, habrá otros dispuestos a robar el corazón y la serenidad a los jóvenes, ofreciendo lo podrido a buen precio y bien disfrazado.

Estamos llamados a estar presentes con una mirada de “resucitados”, con la alegría de quien ha encontrado a Jesucristo, porque – si estamos tristes – quiere decir que hemos encontrado a otro. 

 

¿Cómo podría ser Jesús un hombre triste? ¿Quién habría seguido a un hombre “aburrido”, quién habría gastado tiempo con alguien así? ¿Y yo, soy de aquellos que cuando me preguntan “cómo estás” respondo “podría estar mejor”, o de aquellos que responden “¡Bien! ¡Gracias al Señor!”? 

 

Estoy seguro que el bien es más contagioso que el mal; creo que hay un bosque entero que crece y puede hacer más ruido que un árbol que cae; me comprometo para que de cada sueño pueda nacer un proyecto de vida. 

 

Permítanme, en fin, hablar del Paraíso, porque nuestra verdadera misión es el cielo a partir de esta tierra! No iremos al Paraíso porque le diremos a San Pedro: «Somos amigos del Papa Francisco». 

 

Entraremos en el Paraíso solo si vamos acompañados de los jóvenes a los que hemos amado y salvado, serán ellos nuestro pase, serán ellos nuestra entrada. 

 

El deseo para este nuevo año y para toda la vida es el de caminar con los pies en el suelo, la mirada en el cielo, y las mangas arremangadas para el trabajo. La misión es ser felices, pero  nunca solos.

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