DSC 0255 El sistema educativo salesiano solo es posible desde el presupuesto
de la santidad. Sin este horizonte, el proyecto de Don Bosco parecería
un cúmulo algo ingenuo de recetas pedagógicas de uso discrecional.

Lo que Don Bosco soñaba no era solo asistencialismo de emergencia para muchachos en situaciones críticas de abandono. 

El relato simbólico del comienzo de la empresa educativa de Don Bosco es su conocido encuentro con el joven Bartolomé Garelli. Ese muchacho desamparado y desorientado en la gran ciudad de Turín se ha convertido en el símbolo de los millares de niños y jóvenes que se beneficiarían de la bondad educativa de nuestro santo. Pues bien, el diálogo vivaz de ese encuentro narrado por el mismo Don Bosco aterriza en la recitación conjunta del Ave María. Luego vendrían las catequesis semanales.

Es pues, evidente que la dimensión religiosa en el proyecto de Don Bosco es fundamental. Más tarde el santo educador acuñaría el lema “Honrados ciudadanos y buenos cristianos” para solidificar la doble dimensión de su interés por los jóvenes pobres y abandonados: felices en la tierra y felices en el cielo.

Quien haya leído alguna biografía de Don Bosco, percibe de inmediato el intenso interés de Don Bosco por la vida espiritual de sus jóvenes. La jornada en el Oratorio estaba marcada, desde el comienzo hasta el final, de momentos de oración. Don Bosco entusiasmaba a sus muchachos con el tema de la santidad. No era una religiosidad de compromiso, sino una tensión saludable hacia el desarrollo pleno de la dimensión espiritual ennoblecedora.

 

Esa ambición de Don Bosco por impulsar a sus muchachos hacia la santidad tuvo resultados impresionantes. Domingo Savio es la joya de la corona: un adolescente canonizado fue una sorpresa para la iglesia. El mismo Don Bosco escribió pequeñas biografías de los mejores muchachos de su Oratorio: Domingo Savio, Miguel Magone y Francisco Besucco. Tres realizaciones de santidad juvenil para temperamentos diversos. Era la confianza de Don Bosco en que aquellos muchachos humildes podían crecer hasta las mejores alturas de la espiritualidad cristiana.

 

Hombre práctico, Don Bosco diseñó una espiritualidad juvenil acorde a la psicología de esa edad. Fue una idea atrevida en una época en que se pensaba en la santidad como algo monacal, lograda por la vía de la austeridad y el rigor; un modelo de santidad más bien intimidante. Don Bosco supo conjugar alegría juvenil con santidad elevada.

 

Definido ese entorno estimulante de santidad como estilo normal de vida en el Oratorio, lo restante caería como anillo al dedo. Disciplina, trabajo, responsabilidad, estudio se aceptan con entusiasmo. La paz del corazón se traduce en la alegría contagiosa en el patio. Un espíritu de familia impregnaba el ambiente educativo salesiano, lo que favorecería la acción educativa.

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