TM1 Cuando el Papa Francisco en la homilía de inicio de su ministerio empezó con la invitación, repetida, varias veces,– “No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura! ” – no pude menos que pensar en cómo Don Bosco consideraba fundamental establecer relaciones impregnadas de aquella ternura que él llamaba “amorevolezza”: que “los jóvenes no sólo sean amados, sino que sepan que son amados”.

Para que se conozca, es necesario manifestar el afecto. La amabilidad, el amor demostrado, la ternura, es lo que distingue el estilo salesiano y no sólo cuando se trata de los jóvenes, sino siempre, en toda circunstancia, en todo tipo de relación. Es el modo de hablar, el modo de dialogar, el modo de encontrarse, lo que debe expresar ternura.

“La bondad del trato y la amabilida  sea el carácter de todos los Superiores. El que es humilde y amable siempre será amado por todos, por Dios y por los hombres. Que todos aquellos con quienes hables se conviertan en tus amigos”. Son expresiones repetidas por Don Bosco. No por nada él se refiere, en su praxis educativa y relacional, a la imagen del Buen Pastor que ama a sus ovejas, las conoce por su nombre y si una se pierde, para encontrarla está dispuesto a afrontar los peligros de la noche. Y cuando la encuentra, la pone tiernamente sobre sus hombros para llevarla al redil.

Don Bosco tenía el don de saber eliminar las barreras, de provocar confianza, proximidad, familiaridad, amistad. Envolvía a cada persona en una atmósfera de estima y estaba siempre cercano a todos, al grado que cada uno se sentía el preferido.

 “Es un amigo mío”, dijo de Bartolomé Garelli al sacristán cuando este quería sacar de la iglesia, con malos modos, a aquel pobre muchacho atemorizado.

Y todo el diálogo que tiene después con aquel primer oratoriano es una obra maestra de atención, de acogida, de interés por su vida,… de ternura. El de Don Bosco es un estilo de relación, hecho de capacidad de encuentro, de un clima de familia rico en humanidad, amistad profunda, atención y delicadeza. Es amor verdadero, concreto, encarnado, que sabe ofrecer una caricia, dar un abrazo, generar alegría. Porque para todos es importante sentirse amados.

Amar de modo que el otro comprenda que es amado, corrigiendo con caridad, soportando con paciencia, sabiendo excusar, ofreciendo el perdón, sabiendo ir a lo esencial, sin dejarse bloquear por “principios” y “posiciones” que enmascaran el amor propio, valorando lo que une y construyendo diálogo. Se trata de superar la aspereza y la amargura que a menudo nacen de nuestro orgullo herido.

Sin embargo, vivir la ternura es también un saber superar los miedos, los bloqueos que frenan nuestro “amor manifestado”.

  

Cuando la ternura llega a ser nuestro modo de ir al encuentro de los demás, los ambientes se transforman, las polémicas se desvanecen y se respira un clima de serenidad. 

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