TM06 Hay varios tipos de alegría. La alegría más desilusionante es aquella que resulta de echarse unos tragos. Es decir, que solo se da bajo el  efecto de un estímulo intoxicante. Es una alegría barata y pasajera, que a veces termina en lágrimas.

Existe también la alegría biológica, producto del bienestar anímico y que se manifiesta en el buen humor, tan sabroso y saludable. Es una bendición para quien la disfruta, pero es inestable, dependiendo de las hormonas o del entorno favorable.

La alegría cristiana es otra cosa. Sin negar la anterior, la biológica, la alegría en el Señor se da aún ante graves problemas. Es la alegría evangélica, don del Espíritu santo, que nace de la experiencia de estar habitados por Dios.

Presupone la gratitud. El amigo de Jesús se siente bendecido, afortunado, bienaventurado. Vive en comunión con Dios. Vive de certezas: hijo de Dios, amado por Dios, conducido por Dios, destinado a una felicidad futura sin límites.

La gracia de Dios nos hace crecer como personas. Nos empuja a la libertad personal. Pentecostés es el mejor ejemplo de ello. En Pentecostés los tímidos y acobardados discípulos de Jesús se transformaron en audaces colaboradores de una empresa plagada de riesgos y enemigos.

El poder del Espíritu nos transforma en hijos de Dios. La vivencia de sentirse amados por Dios por la sencilla razón de que somos sus hijos da solidez a nuestra existencia.

El amor de Dios es perdón sanante. Nos ayuda a sanar de las heridas de la infancia y de los resabios nocivos del pecado. Podemos asumir nuestra historia con corazón sereno: lo bello y lo turbio. Nos abre a la esperanza optimista. Ilumina nuestros ojos para captar con claridad nuestra propia grandeza, que es puro don del Padre. 

Navidad es fiesta de la alegría cristiana. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”, dice el ángel Gabriel a María. “El niño saltó de gozo en el seno de Isabel. “Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador”, contesta María al saludo de Isabel. “Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios”.

La alegría en el Espíritu nos estimula a avanzar en el amor a nosotros mismos y a nuestro prójimo. 

La alegría cristiana, por ser don de Dios, no está sujeta a los altibajos de una alegría puramente humana. Dice Jesús: “Se alegrará el corazón de ustedes”; “nadie les podrá quitar su alegría”.

En los momentos horribles de su pasión, puso su vida en manos de su Padre. Su resurrección es la garantía de que la muerte y el mal no son las últimas palabras de nuestra existencia.

Nos espera una alegría definitiva, la fiesta junto a Dios. Mientras tanto, cada pequeña alegría que experimentamos es anticipación de la alegría futura.

Domingo Savio entendió bien el proyecto educativo de Don Bosco: “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.

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