solalegre Tanto en temas religiosos como sociales, cuando se escudriña la situación actual, saltan casi automáticamente los aspectos conflictivos, las carencias penosas, la realidad imperfecta. Y queda en el aire una sensación de impotencia y culpabilidad, cuando no de desánimo.

En estos tiempos se machaca por todos lados la crisis de fe que está viviendo la sociedad. Crisis que se traduce en abandonos, escándalos, superficialidad, cansancio. Como si nos fuéramos sumergiendo en un letargo espiritual por no hablar de una muerte anunciada.
Este pesimismo larvado contrasta estrepitosamente con el optimismo del Evangelio, que es radicalmente buena noticia. Buena noticia que se traduce en amor, paz, luz, camino, comunidad, vida, verdad. Y cuyo mensaje medular es la experiencia de sentirnos amados por Dios.

¿Cómo recuperar la alegría de vivir y profesar nuestra fe cristiana?

La fe como experiencia liberadora, como alegría profunda, como la puerta para la esperanza. Como un viaje a la madurez.

Tenemos la suerte de iniciarnos en la riqueza de la oración y la contemplación. El esplendor de la liturgia como ambiente sagrado que nos sumerge en Dios. La Palabra, que nos revela al Dios cercano. La ética, que es arte del buen vivir.

Somos afortunados (bienaventurados), pues en nuestro corazón reside Dios con una presencia cálida y transformadora: personas nuevas.

Tendremos que repensar la pastoral. Que acentúe la paternidad de Dios, la comunidad cristiana, la alegría de dar a Dios a los otros.

En resumen, recuperar la alegría de creer.

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