varonmujer Dios creó al hombre y a la mujer iguales en la dignidad pero diferentes: uno varón, la otra mujer. La semejanza unida a la diferencia sexual permite que los dos entren en diálogo creativo, estrechando una alianza de vida.
La familia nace de la pareja pensada, en su misma diferencia sexuada, a imagen del Dios de la alianza. En esta el lenguaje del cuerpo reviste gran importancia, revela algo de Dios mismo. La alianza que un hombre y una mujer, en su diferencia y complementariedad, están llamados a vivir esa imagen y semejanza del Dios aliado de su pueblo.

El cuerpo femenino está predispuesto para desear y acoger el cuerpo masculino y viceversa, pero lo mismo, antes aún, vale para la «mente» y el «corazón». El encuentro con una persona del otro sexo siempre suscita curiosidad, aprecio, deseo de hacerse notar, de dar lo mejor de sí, de mostrar el propio valor, de cuidar, de proteger…. Es un encuentro siempre dinámico, cargado de energía positiva, puesto que en la relación con el otro/a nos descubrimos a nosotros mismos y nos desarrollamos. La identidad masculina y femenina resalta especialmente cuando entre él y ella surge la admiración por el encuentro y el deseo de establecer un vínculo.

En el relato de Génesis 2, Adán se descubre varón precisamente en el momento que reconoce a la mujer: el encuentro con la mujer le hace percibir y nombrar su ser hombre. El recíproco reconocimiento del hombre y de la mujer vence el mal de la soledad y revela la bondad de la alianza conyugal. Contrariamente a lo que sostiene la ideología del género, la diferencia de los dos sexos es muy importante. Es el presupuesto para que cada uno pueda desarrollar la propia humanidad en la relación y en la interacción con el otro.

Mientras los dos cónyuges se donan totalmente el uno al otro, juntos se donan también a los hijos que podrían nacer. Dicha dinámica del don se empobrece cada vez que se hace un uso egoísta de la sexualidad, excluyendo toda apertura a la vida.

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