manos La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda.

La fe y la caridad se necesitan mutuamente. Ambas se apoyan para seguir su propio camino.

Muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido. Es el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo.

Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. “Cada vez que lo hicieron con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”.

La fe nos permite reconocer a Cristo. Su mismo amor nos impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida.

Sostenidos por la fe, miramos con esperanza nuestro compromiso en el mundo, aguardando unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia.

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