La Fiesta - ANS Quizás el extraordinario calor de temporada exageró un poco tratando de ponerse a la altura del megaevento que se avecinaba en Madrid.

 

La gran fiesta trienal de los jóvenes católicos tenía su cita en la capital española. Llegados de todo el mundo, la desmedida masa juvenil saturó el ambiente madrileño con sus danzas, cantos y manifestaciones multitudinarias de fe volcánica.

 

Cibeles, El Retiro y Cuatro Vientos nunca habían acogido a una congregación tan jubilosa y a la vez disciplinada. El desborde de energía juvenil se combinaba milagrosamente con el silencio y la oración contemplativa, algo impensable en cualquier happening de este mundo.

 

Jornadas agotadoras en condiciones espartanas: un sol despiadado, largas caminatas extenuantes, concentraciones de larga duración. Era mucho más que turismo barato. Los convocados en Madrid seguían una estrella, como los Reyes Magos. Había un foco común que polarizaba a todos: Cristo Jesús. Y el Papa como símbolo de la catolicidad profesada hasta el delirio.

 

Sin duda que se trató de una gigantesca fiesta expresada en un lenguaje común, el de la fe católica, que sobrepasó las barreras de lengua, cultura y nación.

 

La explosión de alegría contagiosa vivida incansablemente en esos tres días de comunión mundial demostraron que la fe puede vivirse en clave de alegría profunda y solidaridad real. Algo que el mundo necesita urgentemente, pues las cisternas vacías del mundo sin Dios jamás podrán apagar la sed de los hombres.

 

Dato sorprendente: poquísimos incidentes para tal multitud juvenil; insignificante la venta de licor, lo opuesto a cualquier evento de esa categoría. Definitivamente, en Madrid se había reunido una generación pacífica. La nota desafinada de los célebres “indignados” no hizo más que resaltar lo grandioso de la concentración eclesial.

 

Siete mil jóvenes participantes con marca salesiana buscaron la oportunidad de celebrar su identidad peculiar alrededor del P. Pascual Chávez y Madre Ivonne Reungeoat, demostrando que es posible el slogan salesiano: “Aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.

 

 

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