tmnarciso Narciso Sequeira Arellano fue el primer salesiano de Centro América. Nació en Granada, Nicaragua, el 14 de julio de 1851, y murió en Sevilla, España, el 28 de septiembre de 1923.

Había hecho sus votos religiosos en San Vicente de los Huertos, cerca
de Barcelona, el 22 de octubre de 1896.
Como por entonces no había salesianos en Centro América, pues llegaron por primera vez en 1897 a El Salvador, y hasta en 1912 a Nicaragua, Narciso tuvo que ir a Europa para realizar su sueño de consagrarse a Dios en las filas de Don Bosco. Pero lo más notable en don Narciso no fue ese primado, sino su conversión y vida santa.
De una carta-recuerdo que escribió el Padre Joaquín Bressan, director del Colegio Salesiano de Sevilla en 1923, entresacamos los siguientes párrafos llenos de amor fraterno y sinceridad.

“Don Narciso Sequeira Arellano se extinguió como lámpara en el santuario después de haber esparcido entre nosotros, durante los 30 años de su vida salesiana, los esplendores de una vida santa, informada de viva fe y acendrada piedad, que edificaron hondamente a cuantos lo conocieron.

A todos causaba profunda admiración el ver al buen Don Narciso siempre alegre, vestido simplemente y de trato humildísimo, ya que veía en sus hermanos solamente sus buenas cualidades, mostrando en muchas ocasiones que los consideraba a todos mejores que él, respetándolos a todos como a superiores, y usando con todos tan finos modales, que excedían con mucho la siempre cortesía, como que procedían de una viva caridad sobrenatural.

Muy edificante era el verlo ejercer gustosamente cualquier oficio u ocupación, por humilde que fuese, a la menor señal de los superiores, y procurando vivir ignorado, sin hacer nunca ostentación ni de su vasta cultura ni de su ilustre cuna.

Y esta admiración crecía al conocer que, cual otro príncipe Czartoryzki, había tenido que renunciar, para hacerse religioso, a muchas riquezas, cómoda posición y conspicuas relaciones, lo cual era tanto más meritorio por cuanto su primera juventud la pasó en la disipación y en las diversiones propias de los jóvenes de su rango.

De estas consideraciones se colige claramente que la clave de su gran virtud y el secreto de su vida no era otra cosa que la fe.

Fue la fe, en efecto, la que lo decidió a dejar el mundo y hasta la esperanza de llegar a sacerdote, pues para ello le bastó una simple indicación de Don Rùa, con quien se había confesado.

El santo sucesor de Don Bosco, al ponerse en contacto con aquella hermosa alma, le prometió lo que el Fundador dejó a sus Salesianos: pan, trabajo y paraíso. Y al tercer día de la Novena, que con él había empezado para que el Señor iluminase sobre la elección de estado, le dijo: ”María Auxiliadora quiere que usted se haga coadjutor salesiano.

Don Narciso entonces ya no quiso pensar en otra cosa. En Turín, cuna de su vocación, dijo adiós al mundo, puso en orden sus asuntos temporales conforme lo prescriben las Constituciones Salesianas, y se dedicó únicamente a buscar su santificación.

Su vida en adelante fue una continua oración, un precioso holocausto por sus paisanos de Nicaragua, a quienes procuró con su intercesión y su influencia, el beneficio de una casa salesiana.

Tenía tan hondo en el corazón este pensamiento que, al preguntarle (en su última enfermedad) qué le diría a Don Bosco al verlo en el paraíso, infaliblemente respondía: Le daré recuerdos de los nicaragüenses.

Y ciertamente que llegaron al trono de Dios las férvidas súplicas de este celoso salesiano por aquellas tierras vírgenes, tan queridas para Don Bosco y tan necesitadas de obreros evangélicos.”

Cuando don Narciso murió, en septiembre de 1923, los Salesianos tenían ya once años de haberse establecido en Granada, la preciosa Capilla de María Auxiliadora llevaba un año y medio de estar edificada, bendecida y funcionando admirablemente.

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