La vida cristiana es una relación personal de amistad .::. Foto: J. Rivas Evangelización y vocación son dos elementos inseparables. Más aún, criterio de autenticidad de una buena evangelización es su capacidad de suscitar vocaciones, de madurar proyectos de vida evangélica, de implicar totalmente a la persona de los que son evangelizados, hasta hacerlos discípulos y apóstoles.

Un dato histórico de la vida de Jesús, confirmado por los cuatro evangelistas, es que, desde el comienzo de su actividad evangelizadora (cf. Mc 1,14-15), Jesús llamó a algunos a seguirlo (cf. Mc 1,16-20; Mt 4,18-19; Lc 5,10-11; Jn 1,35-39). Estos primeros discípulos suyos se convirtieron de ese modo en «compañeros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado» (Hch 1,21-22).



La vocación de estos primeros discípulos según el Evangelio de Juan, es fruto de un encuentro personal que suscita en ellos una atracción, una fascinación que transforma su mente y sobre todo sus corazones, al descubrir en Jesús a Aquel en el que se realizan las esperanzas más profundas, las profecías, el Mesías esperado. Esta experiencia los une de tal modo a la persona de Jesús, que le siguen con entusiasmo y comunican a otros su experiencia invitándolos a compartirla encontrándose personalmente con Jesús. El Evangelio de Lucas habla también del grupo de mujeres que acompaña y atiende al Señor (cf. Lc 8,1-3) lo que quiere decir que Jesús tenía mujeres entre sus discípulos, algunas de las cuales serán testigos de su muerte y resurrección (cf. Lc 23,55-24,11.22).

He ahí una primera característica de la vocación cristiana: un encuentro, una relación personal de amistad que llena el corazón y transforma la vida. Este encuentro transformador es la fe que, animada por la caridad, convierte a los creyentes y a las comunidades cristianas en propagadores de la Buena Nueva del Evangelio de Jesús. Así lo expresa Pablo en la carta a la comunidad de Tesalónica: “Abrazando la palabra, ustedes se han convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya; partiendo de ustedes, en efecto, ha resonado la Palabra del Señor y se ha difundido por todas partes” (cf. 1 Ts 1, 7-8).

Estamos, pues, llamados a renovar en nosotros este dinamismo vocacional: comunicar y compartir el entusiasmo y la pasión con la que estamos viviendo nuestra vocación, de modo que nuestra misma vida se convierta en propuesta vocacional para los otros. Exactamente como hizo Don Bosco, que más que campañas vocacionales supo crear en Valdocco un microclima en el que crecían y maduraban las vocaciones, formando una auténtica cultura vocacional en la que la vida se concibe y se vive como don, como vocación y misión, en la diversidad de las opciones.

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