El clima de alegría y de familia se alimenta con una fuete experiencia espiritual .::. Foto: C. Gaitán El primer empeño de Don Bosco es crear un ambiente, hoy diríamos una cultura, en el que  la propuesta vocacional pueda acogerse favorablemente y llegar a maduración.


*  Un ambiente de familiaridad en el que Don Bosco comparte todo con los jóvenes. Está con ellos en el patio, los escucha, promueve un clima de alegría, de fiesta y de confianza que abre los corazones y hace que los jóvenes se sientan como en familia. La alegría que se expandía de toda la persona de Don Bosco mientras realizaba su apostolado sacrificado y entusiasta era ya en sí misma una propuesta vocacional. Los jóvenes en contacto con Don Bosco en la vida cotidiana tenían la grande y estimulante experiencia de ser y sentirse de verdad miembros de una familia, aprendiendo a abrir sus corazones y a mirar el futuro con optimismo y esperanza

*  Este clima de alegría y de familia se alimenta con una fuerte experiencia espiritual. La visión religiosa del mundo que posee Don Bosco y que unifica su multiforme actividad contagia casi espontáneamente a los jóvenes, que aprenden a vivir en la presencia de Dios. Un Dios que los ama y tiene para cada uno de ellos un proyecto de felicidad y de vida plena. Se crea en el Oratorio un clima espiritual que orienta a la relación interpersonal con Dios y con los hermanos e invade toda la vida. Este clima se alimenta con una sencilla pero constante piedad sacramental y Mariana. La oración que orienta a los jóvenes a una relación personal de amistad con Jesús y con María y la adecuada experiencia sacramental que sostiene y estimula el esfuerzo de crecimiento en la vida cotidiana, constituyen el primer recurso para cultivar y madurar las vocaciones.
*  Una tercera característica del ambiente creado por Don Bosco era la dimensión apostólica. Desde el principio Don Bosco responsabiliza a los jóvenes, especialmente a los que presentan signos de vocación, a acompañarlo en su obra de educación y de catequesis. Les confía algunos compañeros más díscolos para que, haciéndose amigos suyos, les ayuden a introducirse positivamente en el ambiente y en la vida del Oratorio. De este modo los jóvenes aprenden a trabajar por los demás con una clara entrega y total desinterés. Aprenden también a estar cada vez más disponibles y abiertos a las exigencias del apostolado, madurando sus propias motivaciones y haciendo todo por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Don Bosco, con un acompañamiento atento y constante, procura que este servicio de apostolado entre los compañeros, vivido con entusiasmo y disponibilidad, mientras muestra su eficacia llevando al camino del bien a aquellos a los que se dirige, se convierta también en “propuesta” concreta de vida para los jóvenes que él mismo había escogido. En este clima nacen y se desarrollan las Compañías, consideradas por Don Bosco como una experiencia clave del ambiente y de la propuesta educativa del Oratorio.

Con el ambiente, Don Bosco ofrece a los jóvenes y a los adultos, que buscan una orientación para su vocación, un fiel acompañamiento espiritual. El lugar natural en el que Don Bosco ofrece la ayuda de la dirección espiritual es el confesionario, pero no sólo: Don Bosco propone y facilita de varios modos posibilidades de encuentro y de coloquio entre los “hijos de familia” y el “padre”, ofreciendo a todos una experiencia profunda de educación y de dirección espiritual. Su acción se modula de diferentes modos y de manera personalizada según que se trate de jóvenes o adultos, aspirantes a la vida eclesiástica, a la vida religiosa o simplemente a la vida de buen cristiano y honrado ciudadano. Igualmente su acción de acompañamiento se hace especial y atenta al seguir a los Cooperadores, Hijas de María Auxiliadora, Salesianos, etc.

Uno de los rasgos que más llama la atención cuando se observa a Don Bosco actuando como director de espíritu, es el discernimiento y la prudencia que revela cuando aconseja sobre la vocación. Aunque en aquel tiempo faltaban en la iglesia pastores y él mismo necesitaba colaboradores, don Rua atestigua con juramento, que nunca aconsejaba entrar (en la vida sacerdotal o religiosa) a quien no tuviese los requisitos necesarios … De varios he sabido que los disuadió a pesar de su deseo.

Movido siempre por prudente discernimiento, hace lo posible para hacer reflexionar a los que, aun teniendo las dotes para ello, no habían pensado nunca en ser sacerdotes o religiosos. Don Bosco les ponía ante los ojos, poco a poco algunas consideraciones que los ayudasen a pensar bien en su opción, y ninguno de ellos quedó nunca descontento de haber seguido su consejo.
La dirección espiritual de Don Bosco está totalmente iluminada por el “don de consejo” que le capacita para orientar con seguridad a los que se dirigen a él.

El intensísimo trabajo que despliega Don Bosco en favor de las vocaciones está sostenido por un intenso amor a la Iglesia: él emplea todas  sus fuerzas, con total entrega, para procurar su bien. Precisamente es ese amor a la Iglesia lo que nos permite comprender la importancia que daba a la actividad apostólica de promoción  de las vocaciones y su insistencia para que todos, de pleno acuerdo, trabajasen y se prestasen para dar a la Iglesia el gran tesoro que son las vocaciones. Por eso solía decir: “Nosotros regalamos un gran tesoro a la Iglesia cuando logramos una buena vocación; que esta vocación o este sacerdote vaya a una Diócesis, a las misiones o a una casa religiosa no importa. Es siempre un gran tesoro que se regala a la Iglesia de Jesucristo”. La visión del bien de toda la Iglesia no lo abandona nunca, ni siquiera cuando gasta sus fuerzas,  su tiempo, los medios económicos que le cuestan tantos sudores, ni cuando emplea su escaso personal y sus Casas.

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