Cuando Estados Unidos se propuso en el pasado suprimir el abuso del licor mediante la célebre ley seca, el resultado fue un incremento en su venta y consumo, junto a los ingredientes de toda actividad lucrativa clandestina: mafias, crímenes, riquezas mal habidas y una batalla perdida.
El negocio del narcotráfico está repitiendo el mismo esquema. Mientras en el norte haya consumidores ávidos de estupefacientes, los productores del sur se ingeniarán para enviarles toneladas del producto ilícito por la vía clandestina con fabulosas ganancias y horrendos crímenes.
Lo mismo podría decirse del fenómeno de la inmigración. Mientras haya naciones altamente desarrolladas en lo económico junto a pueblos empobrecidos ansiosos por sobrevivir, el flujo migratorio será imparable, a pesar de los más ingeniosos obstáculos que se implementen para frenarlo.
El tratamiento del fenómeno migratorio no puede ir simplemente por la vía represiva. La pobreza en los países del tercer mundo es la causa principal de las migraciones. Ellas perdurarán tanto tiempo como se mantengan las grandes diferencias de riqueza y desarrollo entre diversas regiones del mundo.
Se precisa, pues, de políticas más englobantes, con un tratamiento de amplio respiro.
Por supuesto que los países ricos necesitan ordenar la inmigración mediante la defensa de sus fronteras. Una exigencia que ha de ser manejada con sensibilidad humana, ya que quienes llegan son personas dignas de respeto y de un trato justo. El inmigrante debe poder encontrar en el país huésped un trabajo seguro, legal, ordenado y humano.
Es cuestión de diseñar políticas económicas internacionales tales que logren ir reduciendo la brecha económica actual. En la medida en que mejore el nivel de vida en los países de origen habrá menos necesidad de ir lejos a buscar la subsistencia.
De aquí que se precisa una organización de la economía mundial tal que conduzca a un desarrollo sostenible. Las condiciones comerciales deben ser favorables a los países pobres. La pesada deuda externa debe ser condonada. El comercio de armas debe reducirse significativamente. El tráfico ilegal de las materias primas debe dar paso a un comercio justo. La fuga de capitales del sur al norte debe ser controlada.
La economía debe estar orientada, no a la producción y consumo, sino a la promoción de la persona, a la búsqueda del bien común, al desarrollo integral (político, cultural y espiritual) de individuos, familias y sociedades.
Por otro lado, se debe diseñar políticas internacionales firmes contra los traficantes de seres humanos.
Nuestros países se afanan por establecer tratados de libre circulación de mercancías y capitales. De igual modo se deben preocupar por la libre circulación de personas.
No hay que olvidar que los inmigrantes van a enriquecer a los países que los reciben. Y que su alejamiento del país de origen es un factor de empobrecimiento para este.