tmxquesevan2 La inmigración es un tema triste, dado el dolor que provoca en millones de seres humanos necesitados. Pero quedarse con esta visión corta puede dar lugar al cinismo, la resignación y la desesperanza.


La palabra "utopía" se entiende comúnmente como una ilusión agradable, pero imposible de alcanzar, algo así como soñar despierto. Sin embargo, hay otro modo de entender la utopía. Esta se refiere al polo de atracción que genera un dinamismo que impele a superar la situación actual buscando construir una nueva realidad. Otro mundo es posible. Tarea nunca terminada, pero que, en lugar de defraudar, estimula a caminar en esperanza.

La Iglesia es la conciencia de la humanidad, y por eso denuncia el mal y propone la visión cristiana de cómo debe ser la comunidad grande.


Estas son algunas de las propuestas de la Iglesia para manejar constructivamente el fenómeno de la migración humana.


En primer lugar, los migrantes son personas humanas, no números ni amenazas. Tienen sueños, expectativas y derechos. Tienen derecho a permanecer en su patria o salir de ella, a residir con su familia o reagruparla, a integrarse en el país de acogida.


Los pueblos de acogida deben ir más allá de la sospecha, el prejuicio, la intolerancia y el racismo. El bloqueo y la intolerancia nacen de la idolatría de sí mismo, del propio grupo y de la propia tradición socio-cultural.


La perspectiva cristiana apunta a la acogida dialogante que se expresa en el encuentro auténtico. No el hombre "sobre", "contra" o "sin" el otro hombre, sino juntos todos por una sociedad nueva.


La tolerancia ya no basta. Es necesario pasar a la convivencia de las diferencias. Las legítimas diferencias se han utilizado para dominar o para discriminar, y por tanto no siempre se han valorado justamente. Se debe dar el paso de concebir la justa diversidad como un valor. El proyecto de realizar una fraternidad universal implica la unidad en la que las diferencias no son eliminadas sino valoradas.


El pluralismo incluye el reconocimiento, el respeto, la promoción de la diversidad, de los derechos de todos en régimen de armonía y pacífica convivencia.


No basta el respeto, porque debemos acoger, como expresión de amor. El fenómeno migratorio se convierte en un laboratorio adecuado para probar la apertura, acogida y respeto de las otras culturas.

Los pueblos de acogida deben ir más allá de la sospecha el prejuicio, la intolerancia y el racismo. Los movimientos migratorios crean la oportunidad de encuentro con personas de otra cultura y religión, que nos interpelan, e invita a dejar ciertas seguridades y esquemas mentales para ponernos en camino hacia el otro con oferta de diálogo.

La acogida al emigrante debe situarse dentro de la perspectiva de la pertenencia de todas las personas a una misma familia humana, con sus derechos y sus deberes, Todos, tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuyo destino es universal.


Una sola familia de hermanos y hermanas en sociedades que son cada vez más multiétnicas e interculturales, donde también las personas de diversas religiones se ven impulsadas al diálogo, para que se pueda encontrar una convivencia serena y provechosa en el respeto de las legítimas diferencias.


Los hombres son hermanos porque tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra, y tienen también un fin último, que es Dios.

 

Quien con fe se alimenta de Cristo en la mesa eucarística asimila su mismo estilo de vida, que es el estilo del servicio atento especialmente a las personas más débiles y menos favorecidas.

En efecto, la caridad operante es un criterio que comprueba la autenticidad de nuestras celebraciones litúrgicas.


Benedicto XVI

Un inmenso abismo

 

muro Había un hombre rico, que vestía de púrpura y lino y todos los días hacía espléndidos banquetes.

Echado a la puerta del rico había un pobre cubierto de llagas llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico y hasta los perros iban a lamerle sus heridas.

Murió el pobre y los ángeles lo llevaron junto a Abrahán. Murió también el rico y lo sepultaron.

Estando en el lugar de los muertos, en medio de tormentos, alzó la vista y divisó a Abrahán y a Lázaro a su lado.

Lo llamó y le dijo:

-Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua, pues me torturan estas llamas.

Respondió Abrahán:

-Hijo, recuerda que en vida recibiste bienes y Lázaro por su parte desgracias. Ahora él es consolado y tú atormentado.

Además, entre ustedes y nosotros se abre un inmenso abismo; de modo que, aunque se quiera, no se puede atravesar desde aquí hasta ustedes ni pasar desde allí hasta nosotros.

 

 

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