El reto es ofrecer a los catequistas una formación sólida. La palabra “catequista” puede sonar engañosa, si no conocemos de cerca la realidad misionera de Alta Verapaz. El catequista indígena, hombre o mujer, es una persona con vocación de líder religioso, que asume la tarea de animar a su comunidad de modo permanente.
Hay catequistas con decenas de años en el servicio. No reciben ninguna remuneración económica por el oficio. Trabajan en equipo. Gozan de prestigio en su comunidad.

El equipo de catequistas coordina y anima las celebraciones religiosas dominicales. De ordinario, presiden la celebración por falta de sacerdote. Cuando éste visita la comunidad, los catequistas le ofrecen un apoyo inestimable.


Los catequistas se especializan en su servicio: catequistas de niños, de jóvenes, de bautismo o matrimonio, de enfermos, de ancianos, de músicos. Están también los catequistas de catequistas, también conocidos como instructores. A esos hay que agregar los ministros extraordinarios de la eucaristía, que son los más fieles y con mayor prestigio en la comunidad.

¿Cuántos son los catequistas en la misión salesiana? Ni los mismos misioneros lo saben con exactitud. Un cálculo aproximado realizado por estos indica que el número anda por los cuatro mil. Parece exagerado, pero esa es la mayor riqueza de la misión. De hecho, actualmente se prefiere hablar de ministerios en lugar de catequistas.

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Para visualizar la realidad, se puede imaginar este escenario. El sacerdote llega un domingo a una comunidad (llamada centro, porque aglutina a varias aldeas de la vecindad).
• El catequista de bautismo le presenta a los papás y padrinos que han recibido la preparación para el sacramento. Las anotaciones burocráticas las lleva el catequista.
• Lo mismo hace el catequista de matrimonio con las parejas preparadas para casarse.
• Otro catequista le presenta una hoja donde están anotados cuidadosamente los servidores de la celebración eucarística.
• El catequista de música ha detallado por escrito todos los cantos que se utilizarán en la misa.
• El catequista de niños los tiene ya organizados en las bancas, cantando o dramatizando escenas bíblicas.
• Los mayordomos han preparado la decoración de la iglesia y, junto con sus esposas, preparan comida para toda la asamblea.
• Al final de la misa, diversos catequistas (adultos o jóvenes, mujeres o jovencitas) pasan al micrófono para informar a la comunidad sobre reuniones o actividades próximas.
Es evidente que el futuro de la vitalidad misionera descansa en esta legión generosa de catequistas. El reto es ofrecerles una formación sólida: que logran expresar en su cultura los contenidos esenciales de la fe cristiana.

Ya hay ensayos al respecto. Catequistas jóvenes que preparan en diciembre los cursos a impartir el año siguiente. Junto con el sacerdote identifican los temas más importantes. Luego ellos en equipo desarrollan los contenidos, elaboran el material didáctico y calendarizan los grupos. Es admirable la habilidad que están demostrando para darle vida a la fe. Nada del clásico aburrimiento soporífero que ordinariamente evoca la palabra catequesis.

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