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Los defensores de las innovaciones introducidas en las leyes de familia usan como argumento la ‘voluntad popular’, ‘la evolución de las costumbres’, y ‘la necesidad de adaptar las instituciones a los nuevos tiempos’. Quieren por eso re-definir la familia, una institución milenaria que ha cumplido y cumple funciones sociales evidentes.

Los defensores de las innovaciones introducidas en las leyes de familia usan como argumento la ‘voluntad popular’, ‘la evolución de las costumbres’, y ‘la necesidad de adaptar las instituciones a los nuevos tiempos’. Quieren por eso re-definir la familia, una institución milenaria que ha cumplido y cumple funciones sociales evidentes.

Los países, mediante códigos de familia, han reservado siempre un tratamiento especial al matrimonio entre un hombre y una mujer, porque solo de esa particular forma de asociación pueden resultar niños; y solo un hogar constituido por un hombre y una mujer proporciona el marco adecuado para su crianza.

Ahora, en cambio, se pretende privar al matrimonio de la complementariedad sexual y de la indisolubilidad, para re-definirlo simplemente como una ‘comunidad de afecto’, o ‘un grupo de personas que se quieren’, sin importar el sexo. Si la esencia de la familia fuera exclusivamente el sentimiento afectuoso, su estabilidad dependería de los vaivenes de las emociones. Y ya se sabe que las emociones y los sentimientos son cambiantes.

Se dice que la relación de pareja solo debe persistir ‘mientras dure el amor’. Y por ‘amor’ se entiende ‘enamoramiento’. La cultura emotiva actual ha olvidado que el enamoramiento es una cosa y el amor otra, más profunda y definitiva. El amor es una donación total que trasciende y sobrevive al vendaval hormonal. Si la familia se fundamentara solo en el afecto, como los afectos son efímeros y pasajeros, la familia sería, necesariamente, efímera. Mientras que el amor verdadero exige fidelidad y estabilidad.

Con esta nueva concepción tan precaria, se vacía al matrimonio de su razón de ser. ¿Para qué casarse entonces? Cada vez se casa menos gente y, entre los que se casan, el porcentaje de rupturas es cada vez mayor.
Las reformas que se van introduciendo en el derecho de familia parecen animadas por la intención de que aumenten los divorcios. En España, la ley conocida como ‘del divorcio exprés’ eliminó el periodo previo de separación entre los esposos, que se exigía antes de que un divorcio fuera aprobado. Ese periodo evitaba decisiones precipitadas, pues servía de reflexión y a veces se evitaba el divorcio. También se eliminó la obligatoriedad del acuerdo mutuo, de manera que ahora prácticamente existe la posibilidad del repudio unilateral, o abandono del cónyuge.

Las nuevas modificaciones apuntan en la dirección de facilitar y casi incentivar el divorcio. Como dijo el presidente Zapatero: “El ejercicio del derecho a no continuar casado no debe tener ninguna restricción”.

¿Cómo le sonaría a usted que un contrato de trabajo o de compraventa se pudiera incumplir de forma unilateral sin ninguna justificación?

Por eso se extiende cada vez más entre los jóvenes la mera cohabitación, o ‘unión libre’. Pues los papeles del matrimonio no garantizan nada. En efecto, si se permite el divorcio, ¿en qué se diferencia la unión matrimonial de la unión libre? En nada. Por eso estamos presenciando ‘la agonía del matrimonio civil’ (Viladrich).

Según Francisco José Contreras (La grandeza del amor humano), tenemos una sociedad cada vez más reacia a asumir compromisos personales irreversibles. Y la legislación alcahuetea esta situación. El legislador parece decir: “Ya que las parejas se rompen cada vez más frecuentemente, facilitemos los trámites de ruptura”. Que es como decir: “Dado que cada vez hay más robos, conviene rebajar las penas”. ¡Como si la tendencia a la disolución de la familia fuera algo saludable que hay que apoyar y acelerar!

Se olvida que la institución del amor conyugal y familiar es indispensable en la consecución del bien común de la sociedad. El derecho ha venido formalizando desde siempre la relación estable entre un hombre y una mujer porque la pareja heterosexual es el único sistema en el que pueden ser concebidos y criados adecuadamente los niños. La sociedad necesita que las parejas hombre-mujer duren lo suficiente para engendrar hijos y educarlos. Desde mucho tiempo atrás, los estados instituyeron el matrimonio para asegurar un padre y una madre a los miembros de la siguiente generación de forma que los hijos tengan las mejores oportunidades de llegar a convertirse en personas que hagan una contribución positiva a la sociedad.

 

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