Hno. Murillo San Salvador, septiembre 2014.- El hermano Salesiano Fernando Murillo Huertas nació en San Vicente de Moravia, Costa Rica en el año 1926.

Segundo de cinco hermanos, con muchas ganas de conocer al mundo y la experiencia salesiana, Murillo entró al internado salesiano de Cártago a los diez años y  permaneció allí seis años internado estudiando la secundaria en educación técnica.

¿Qué lo impulsó a tomar la decisión de ser salesiano?

Tuve una infancia muy formidable, cuando estaba pequeño entrar al internado cambió mi vida, pero sobre todo el ejemplo de vida que tuve de un hermano coadjutor llamado Don Trino. Fue allí cuando Dios me hizo el llamado a través del trabajo vocacional que el(don Trino) hacía con los jóvenes.

¿Recuerda el noviciado? 

“De todos los que iniciamos solo estamos vivos tres, mi persona, el Padre Bogantes y el Padre Guevara, unos murieron y otros decidieron seguir su vida como laicos”

¿Qué fue lo que más le costó dejar al dedicarse a una vida salesiana?

Creo que como todos, la familia fue lo más difícil, pues todos esos recuerdos y el apego no es tan fácil dejarlo, pero nunca me he quejado, porque he llevado una vida muy feliz en mi servicio.

 

¿Qué es lo que más recuerda de su paso por el Instituto Técnico Ricaldone?

 Recuerdo una vida con mucha ayuda y entusiasmo. Entre los recuerdos más gratos que tengo del Ricaldone es cuando salíamos a recoger vocaciones en los pueblos, en las colonias difíciles.

Salíamos en un bus de colegio a buscar a niños abandonados, niños que necesitaban ayuda y de paso encontrar las vocaciones en esos niños, tal como Don Bosco hizo en su tiempo.

Teníamos un oratorio inmenso, con una cantidad de personas casi increíble, todos eran pobres y venían acá a pasar un pequeño momento agradable aparte de poder comer y tener ropa que nosotros les regalábamos.

 

¿A nivel académico que recuerda con alegría del Ricaldone?

Fundamos la escuela de electrónica, vino un técnico de Estados Unidos, lo busqué y abrimos esa opción para los jóvenes.  Yo trabajaba en los talleres, viajaba con el señor Morrow, una persona que aportó mucho con la obra salesiana, a traer equipos técnicos donados, comida y ropa para los niños del oratorio.

La experiencia fue activa a levantar el nivel cultural, mucha gente quería entrar al Ricaldone pero no teníamos la capacidad para tantos jóvenes.

Hasta los universitarios nos ayudaban, usábamos los laboratorios de la Universidad  Nacional para las prácticas de nuestros jóvenes.

 

¿Qué sientió regresar al Ricaldone?

 Lo que más me alegrará es ver a esos jovencitos con los que trabajamos y verlos padres de familia, amigos en tiempos difíciles, creo que será la mejor paga.

Me metí de lleno en el Ricaldone, todo era nuevo acá, la parte educativa ,los talleres, muchas  cosas que me agrada recordar del Ricaldone. EL Ricaldone forma parte inolvidable de mi vida.  Mucho sacrifico y  trabajo, pero Dios siempre nos acompañó.

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