Morales-Ernaldo En la culminación de mis cincuenta años de vida sacerdotal me siento privilegiado con el Señor. Considero una gracia especial del Señor haber perseverado hasta ahora: 50 años de sacerdote, 60 años de salesiano y  80 años de vida.

Es el Señor quien toma la iniciativa para que seamos sus colaboradores y estemos con él. Las palabras de Jesús me lo recuerdan: No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los he elegido y los he destinado para que vayan y den fruto.

La vida del sacerdote es azarosa y exigente. En mí se ha cumplió lo que Mamá Margarita pronosticaba a Don Bosco: Acuérdate, Juan, que comenzar a decir misa es comenzar a sufrir. En mi preparación al sacerdocio y después de la ordenación sacerdotal no han faltado tropiezos y sufrimientos. El Señor lo ha permitido para fortalecer mi vocación y perseverar en ella.

Vengo de una familia cristiana normal. El Señor nos ha bendecido con una familia grande: once hijos, de los cuales quedamos siete, dos somos sacerdotes salesianos. Mi hermano Enrique está cumpliendo 46 años de sacerdocio.

moralesernaldo01 El llamado al sacerdocio ha sido insistente desde pequeño, gustando siempre de las cosas del Señor. Como adolescente y joven seminarista, me motivaban las palabras de Don Bosco a sus jóvenes: Dame almas, llévate lo demás. Salvar almas, salvar almas. 

Más tarde llegaron las primeras pruebas y sufrimientos. A los 13 años apareció una enfermedad extraña: descalcificación en los huesos y agotamiento nervioso. Mis padres, los superiores y mis compañeros se alarmaron. Por seis meses me sometí a un tratamiento fuerte y con la ayuda del Señor fui superando la crisis. 

Mis superiores me suspendieron prudencialmente por dos años.  Al constatar que los resultados en los estudios eran excelentes y que los riesgos de una recaída estaban descartados, decidieron recibirme nuevamente.

Más adelante, ya joven seminarista, se presentaron otras dificultades en el comportamiento emocional: ansiedad, preocupación y tensión en los estudios que me resultaban sumamente difíciles.  Con la ayuda de Dios también superé este nuevo obstáculo. 

Debido a estas dificultades, en dos ocasiones pensé dejar el seminario. Mis superiores se ocuparon de mí como buenos papás y me facilitaron la recuperación y la adecuada preparación al sacerdocio. Mis papás también me apoyaron en esos períodos difíciles.

Por fin llegó la ordenación sacerdotal el el 5 de abril de 1964, segundo domingo de pascua. Fue la ocasión para cantar las glorias del Señor, sus bondades y su gran misericordia.

Agradezco al Señor tres cosas: el cuidado de mis superiores en mis momentos críticos en el seminario, la oración que me ha fortalecido en mis pruebas y la docilidad al Espíritu Santo para cumplir la voluntad de Dios.

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