Perfil-1 Cincuenta años de sacerdocio

 

Glorificar  al  Señor es lo primero que me viene a la  mente.  Darle gracias porque me  escogió. Y a María Virgen que me protegió,  me asistió  y me concedió  gracias  de todo tipo. También a san Juan  Bosco, que   estuvo conmigo desde  que yo era  pequeño y me  ayudó a entrar  con los   salesianos en la Escuela  San Juan Bosco de Santa Ana,  El  Salvador, luego al Aspirantado y siempre  me  acompañó  ayudándome en  lo económico, en  los estudios e  infundiéndome su espíritu. 

 

Gracias  a mis superiores  y formadores, que supieron  comprenderme. Gracias  a mis  compañeros que también fueron  mis amigos. Gracias  a  todos los me  apoyaron  durante  mi vida. Gracias  a mis padres y  a mi familia  que estuvieron siempre conmigo. Gracias a los jóvenes  por el cariño  que me han manifestado.

Fui ordenado sacerdote junto con otros hermanos salesianos el  5 de abril de 1964. Estrené mi sacerdocio con los alumnos internos del Instituto Técnico  de Panamá como pastoralista. Fueron   seis años  y medio. Años  hermosos.  Me sentía  tan bien que no quería que me cambiaran.  

 

Recuerdo una anécdota de ese entonces. Se presenta ante mí un alumno con voz imperativa: - Deme la llave  del  dormitorio. En mi intento por enseñarle buenos modales, esperaba que pidiera el favor con cortesía. ¡Qué esperanza!  La  cortesía era  un cuchillo de acero que traía escondido. Se  me abalanzó con una  cuchillada  directa  al corazón. Con instinto  de  guardameta, me  hice  un colocho y le  metí la mano, de modo que la cuchillada fue  amortiguada con la mano izquierda,  causándome   una herida muy  profunda de la  que salían  chorros de sangre. Como yo era  el encargado de la enfermería, me procuré los primeros auxilios, y luego me llevaron al hospital.  Gracias a  Dios,  el hecho no pasó a más. Eso  no empañó mi entusiasmo por trabajar con esos internos.

 

Me resultó  interesante pasar del  preconcilio al postconcilio Vaticano  II.  El rito de ordenación se  realizó según el rito preconciliar. Celebré mis  primeras  misas  en  latín y de espaldas al  pueblo.  En el internado había  misa diaria con los internos, se  rezaba el  rosario durante la misa, según la tradición salesiana.  Como catequista  (pastoralista) me  tocó adaptarme poco a poco a los nuevos ritos guiado por  la sabiduría del P. Juan Aldo. 

 

Mi impaciencia me impulsaba a llevar a cabo los cambios con mayor rapidez. En cierta  ocasión, en lugar  de la acostumbrada lectura espiritual, organicé  una celebración de la Palabra en la comunidad salesiana, algo novedoso entonces.  El  hermano  salesiano Antonio Portillo, quien redactaba la crónica de la  casa,  escribió: Hoy por la tarde la  comunidad,  en  lugar de la lectura  espiritual, celebró  un CULTO. Era una referencia indirecta a un culto protestante.

 

En enero de  1971, fui trasladado al Aspirantado Santo  Domingo  Savio de Cartago, donde  me desempeñé  como  ecónomo. A los dos años, fui nombrado director, cargo   que desempeñé  por  dos años más. Fueron  años bellos con los aspirantes.

 

Han  pasado 50 años.  Me  he sentido siempre   contento  como sacerdote  y   como  salesiano apóstol de  los jóvenes en los cargos  que se me han confiado. La  mayor  parte  de mi apostolado ha sido en  casas  de Formación. En estos cargos  he  tenido en cuenta  no sólo acompañar a los  jóvenes, sino también mirar la  muchedumbre de destinatarios,  quienes  en el futuro  serían objeto de  los cuidados apostólicos  de esos  mismos  jóvenes. 

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