oscarblanco El 6 de marzo de 1958 fui invitado, con mis compañeros de escuela, a celebrar la fiesta de santo Domingo Savio. Se celebró  en una pequeña capilla dedicada a San Juan Bosco, en Palmitos de Naranjo, Costa Rica. El Padre Bernardino Molina nos presentó la figura del pequeño santo canonizado por Pio XII en 1954 y nos invitó a escuchar un programa de radio llamado “Don Bosco sonríe”. Fue en ese programa donde empecé a conocer a Don Bosco, su obra y amor por los jóvenes. 

 

Formo parte de una numerosa familia. Me he sentido siempre acompañado por ellos en el camino hacia la vida religiosa y sacerdotal. Don Bosco decía: “El mejor regalo que Dios puede hacer a una familia es un hijo sacerdote”. Agradezco a Dios el don de mi vocación salesiana y el llamado a la vida sacerdotal. 

Cada día, al elevar la hostia consagrada y el cáliz con la Sangre de Cristo, pido a Dios que me ayude a ser fiel hasta la muerte. Las palabras del profeta Jeremías, son una realidad: Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tu nacieras, Yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones” ( Jer. 1,5). Ese es el misterio de la vocación. No era yo el que había elegido, era Cristo que me había elegido, me había separado y esperaba algo de mí. 

 

He trabajado en colegios, parroquias, y ahora en la Ciudadela Don Bosco de Soyapango, El Salvador. Tengo la oportunidad de estar al contacto con muchos jóvenes. Ellos son la razón de ser de nuestra congregación, sin ellos la vida salesiana carece de sentido. Tengo cincuenta años de ser salesiano. No me arrepiento de haber entrado a la Congregación. 

 

Invito a los jóvenes a trabajar con él en la viña del Señor. Nos promete pan, trabajo y paraíso.

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