PR2 Lo conocí en enero de 1953. Yo entraba, jovencito, a estudiar Filosofía; él cursaba el último año de Teología. Descollaba entre los demás, porque medía casi dos metros, cosa poco común en aquellos años.

Había nacido en el corazón de Turín, la ciudad de Don Bosco. Había estudiado la secundaria en Ivrea, donde aún estaba fresco el recuerdo de Don Felipe Rinaldi, tercer sucesor de Don Bosco, y donde se respiraba un intenso clima misionero. No es pues de extrañar que Antonio Gariglio, ya joven salesiano, pidiera a sus superiores ir a las “misiones”. Le tocó en suerte ser enviado a Centroamérica. Teníamos entonces nuestra Casa de formación en San Salvador en el célebre “Instituto Internacional Don Rua”. Asistí yo a su ordenación sacerdotal en noviembre de 1953, hace exactamente 60 años.

El P. Antonio Gariglio vivió sus primicias sacerdotales, durante cuatro años, en el viejo “Técnico Don Bosco” en Costa Rica, y otros dos años en Ayagualo (El Salvador) con los jóvenes aspirantes. En 1960 volvió al “Don Rua” como “catequista” y profesor de los estudiantes salesianos de Filosofía; les enseñaba Matemáticas y Física. Y, prácticamente, nunca más se separó de ellos. El P. Gariglio formó parte del pequeño equipo fundador del nuevo “Filosofado Salesiano” en Guatemala.

Su encargo oficial era el de “confesor” de los jóvenes salesianos. Pero ya desde el inicio comenzó a ser el “buen pastor” de la zona, que en ese tiempo era semi despoblada. Como buen salesiano, viendo unos terrenos baldíos contiguos al Filosofado, pensó en un Oratorio para la juventud obrera del lugar: aplanó dos campos de fútbol, levantó un salón multiusos, plantó árboles para la sombra y asientos para los curiosos. Nadie supo de dónde sacaba el dinero para hacer lo que hacía.  

Entre tanto el P. Antonio no olvidaba su afición por la Física; se inscribió en la prestigiosa Universidad del Valle de Guatemala y obtuvo la correspondiente licenciatura. 

En 1967 el Arzobispo erigió en parroquia nuestro territorio y el P. Antonio quedó nombrado como el primer párroco. Lo fue durante 30 años. Escogió el nombre: “Parroquia El Espíritu Santo”. La Familia Piñol puso a su disposición la capilla de la Finca Las Charcas. Pero él no se encerró en una oficina parroquial: con sus pies y tobillos vacilantes, recorría el territorio, visitaba a los enfermos, celebraba la Misa en algún patio o garaje, organizaba vía crucis y “posadas”.  

La población en torno iba creciendo y la capilla se quedó pequeña. Entonces el P. Antonio transformó la vieja caballeriza de la Finca en una digna iglesia parroquial, la que aún usamos. Su bondad, su disponibilidad, su espíritu acogedor, atrajeron a muchas personas; y hoy los fieles ya no caben. 

Después se dio cuenta de que las jóvenes mujeres trabajadoras no sabían con quién dejar a sus niños durante las horas de trabajo. Para ellos creó una escuela y la llamó “Centro Escolar Miguel Magone”. La gente la llama “la Escuelita del P. Antonio”. 

Y no contento con atender su territorio parroquial, por varios años atendió también otro, más allá del barranco. Y también allí construyó una bella iglesia, hoy confiada a los padres Mercedarios, con oficina y espacio para una clínica. Realmente incansable.

Allá por los años 60 temíamos que el P. Antonio Gariglio se nos muriera de un día para otro por su enfermedad congénita de los tobillos. Pero Dios tenía otros proyectos y nos lo conservó hasta ahora, con sus 87 años. 

Hoy perdió el oído. Pero nunca perdió su carácter bondadoso y paciente, su sencillez y buen humor. Nunca se le vio enfadado o nervioso, nunca se le escucharon quejas ni críticas. De todo bromea, incluso de sus no pocos accidentes. Los problemas se los guarda para sí. A todos ayuda, a todos excusa. De todos es amigo, pero tiene una debilidad por los niños y los pobres. Para ellos hizo las obras que hizo. Seguimos sin saber de dónde sacaba el dinero.

 

Qué fácil sería creer en el sacerdote, si todos fueran como él.

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