pcafarelli 50 años con Don Bosco
El trasatlántico Antoniotto Usodimare levó anclas y se alejaba lentamente del puerto de Génova rumbo a América del Sur. Era el 2 de octubre 1961. Todavía no había yo cumplido los 17 años. Parado en el puente del barco, miraba hacia el muelle y me esforzaba por contener las lágrimas mientras mis familiares me saludaban. El lento y majestuoso movimiento del barco me parecía eterno. Durante los veinte días de viaje hasta Panamá tuve tiempo de echar a volar mi fantasía juvenil pensando en tantos salesianos que desde 1875 habían surcado los mares. Me sentía orgulloso de ser parte de ese sueño misionero de Don Bosco.

Los sueños misioneros tuvieron que dejar espacio a los compromisos de la formación, que duró once años, desde que inicié mi noviciado en Ayagualo en diciembre de 1961 hasta que fui ordenado sacerdote en 1972 en Guatemala. Fueron años de cambios profundos en la Iglesia, debido sobre todo al Concilio Vaticano II. Los estudios filosóficos, la inmersión en el mundo de los jóvenes en el tirocinio en Granada, los años de teología en Guatemala, todo eso lo viví animado siempre por el ideal de servir a Dios como salesiano. Al terminar los estudios y una vez ordenado sacerdote, volví a visitar a mi familia después de once años. Tenía 28 años de edad.

Al hacer memoria de estos 50 años de vida salesiana, debo reconocer, como el cura del famoso libro de Bernanós, que “todo es gracia”. No puedo comprender mi vida si no es desde esta visión de fe. Mis hermanos salesianos que me acompañaron, los jóvenes que me ayudaron a entender el significado de mi vocación, las pruebas que me templaron, los momentos maravillosos en que he sentido de manera especial la presencia del Señor que me ha sostenido. Al arrodillarme cada noche al pie de la cama para rezar las tres “Ave María”, no hago más que reconocer que ella, la Madre, ha estado continuamente a mi lado.

Si alguien me preguntara sobre este medio siglo de vida con Don Bosco, no dudaría en decirle que, aún con todos los puntos oscuros - así es la vida -, me siento feliz y satisfecho, no por lo que he logrado, sino por lo que el Señor ha hecho por medio de un instrumento frágil, imperfecto, pecador. Me siento parte de esa realidad que es el hombre de barro con la que Dios sigue trabajando para mejorar este mundo.

La experiencia con Don Bosco ha llenado de sentido mi vida y estoy agradecido por eso. Estoy contento por todo lo que el Señor ha hecho en mí. Los momentos que recuerdo con más satisfacción y emoción, como para cantar y bailar solo, no han sido aquellos en los que he cosechado algún triunfo en el campo educativo-pastoral o en los estudios, sino cuando he experimentado la fuerza de la gracia que me ha levantado y me ha puesto de pie para seguir adelante.

Si tuviera que volver a iniciar la aventura de seguir a Don Bosco, estaría dispuesto a hacerlo, si esa fuera la voluntad de Dios, pues, como lo he plasmado en el lema de mi ordenación: “Mi alegría es hacer tu voluntad”.

Compartir