50 Años
de salesiano

He sido inmensamente feliz como salesiano. Un 3 de mayo de 1961, fiesta de la Santa Cruz, el Señor me otorgó la gracia de profesar como salesiano y así asumir mi vida salesiana plenamente. En la sencillez de la capilla del Noviciado de Ayagualo (hoy desaparecida) pronuncié mis votos lleno de alegría.

Días antes en el Colegio Santa Cecilia (entonces casa Inspectorial), un sacerdote me dijo: “recuerda que la vida consagrada es una cruz, pero que se lleva con alegría”. 50 años después puedo dar testimonio de ello. Por gracia de Dios no me han faltado las cruces, pero han sido más las alegrías. He sido inmensamente feliz como salesiano y a  agradezco a Don Bosco haberme bendecido al contarme entre sus hijos.

No tengo palabras para agradecer a mi Madre Congregación por la formación recibida. Después de 33 años de Episcopado como salesiano externo considero ese tesoro como un regalo inmerecido que me ha capacitado para el servicio que me pidió la Madre Iglesia. Mi noviciado y filosofía antes del Concilio Vaticano II, el tirocinio durante el Concilio y la Teología en el post Concilio. Cuántos desafíos y luchas. Cuántos horizontes nuevos se abrieron, pero los cimientos quedaron e hicieron posible la edificación que aún continúa.

Un recuerdo de gratitud  particular a mi Maestro de Novicios el P. Emilio Coalova y a todos los formadores que sería largo enumerar, muchos de ellos ya en el cielo. He procurado vivir mi episcopado con gran amor y servicio a los jóvenes pobres y necesitados y a las vocaciones al sacerdocio. Si Dios me lo concede, al concluir mi servicio en la Arquidiócesis de Tegucigalpa quiero volver a mi comunidad que añoro y que me engendró para la Iglesia.

Viva Don Bosco y viva la Congregación Salesiana. Y oren por mí para que persevere en la fidelidad.

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