Ustedes nos importan. ¿Nos importan? Se gastaron alrededor de 22 millones de dólares, muchísimas horas de trabajo de parte de técnicos e ingenieros. El mismísimo presidente del país dejó todo compromiso de lado para estar en el lugar y asistir como testigo de primera mano al prodigioso rescate de los mineros de Chile.

La humanidad asistió solidaria por medio de las imágenes en vivo de la televisión mundial. Fue sorprendente la cobertura que recibió el acontecimiento, por medio de cadenas noticiosas internacionales, que invirtieron también millones en tiempo de aire para asegurarse de que no se les escapara detalle alguno de un hecho que adquirió dimensiones planetarias.

Siempre es impresionante el impacto de noticias que relatan alguna forma de tragedia humana. El ser humano tiende a identificarse con sus semejantes en circunstancias extremas, quizás por ese fuerte instinto de sobrevivencia que hace solidaria a toda especie. No fue la excepción cuando se difundió la triste suerte de los treinta y tres mineros atrapados en la profundidad de un túnel, a casi 700 metros de la superficie, en la incertidumbre por sus condiciones de vida y de salud, y sin mayores recursos para sobrevivir.

De inmediato se movilizaron las fuerzas de la solidaridad, a nivel nacional e internacional. La comunicación desde el exterior por medio de una sonda hizo que la esperanza se fuera haciendo cada vez más sólida. La expectación y la ansiedad iban subiendo de tono conforme pasaban aquellos días que parecían eternos, sobre todo para los protagonistas inmediatos de la historia y sus familias. Hasta que finalmente la luz brilló con intensidad inusitada bajo los oscuros lentes de aquellos héroes, que iban saliendo, uno a uno, desde las profundidades de una fosa que, días antes, parecía haberlos devorado definitivamente. Cada viaje de la cápsula era un nuevo parto, pues para cada uno comenzaba una nueva vida.

La proeza es admirable, pero el mensaje de fondo es lo mejor. Desde los profesionales y obreros que participaron en el rescate, hasta el presidente Piñera y toda la nación, además, por supuesto, de los familiares y amigos, todos comunicaron, con hechos, a los mineros: "¡Ustedes nos importan! Estamos dispuestos a cualquier esfuerzo y sacrificio, con tal de sacarlos con vida".

El planeta entero se sintió reconfortado y respiró optimismo cuando el último de los salvados recibió el abrazo efusivo y prolongado del presidente: ¡se salvaron treinta y tres vidas! Invertir tanto capital, tiempo, energías para salvar treinta y tres vidas humanas es, desde todo punto de vista, sumamente loable. Ha sido un gesto de exquisita humanidad. Pero aquí surge inevitablemente una reflexión como contrapunto: ciertas actitudes y comportamientos de nuestra contradictoria humanidad son incomprensibles. Cada año, a lo largo del planeta, se invierten igualmente capitales, tiempo, energías para deshacerse de millones de criaturitas por medio del aborto. ¿Es que los embriones humanos en el vientre materno no merecen salir de esa oscura y secreta cavidad en que se están desarrollando, para ver, también ellos, la luz de la vida exterior? ¿Qué es lo que nos lleva a los seres humanos a seleccionar unas vidas por otras? ¿Tenemos derecho a decidir quiénes sí y quiénes no merecen seguir viviendo? ¿Es que unos, por ser adultos, tienen más derechos que otros, por estar todavía en gestación, a pesar de que ya poseen genéticamente todas las características que los definen como humanos?

Medalla de oro al gesto de los chilenos, que nos regaló optimismo y confianza en el género humano. Ojalá que esa gesta nos haga reflexionar acerca de las groseras contradicciones en que caemos y las atroces tragedias que provocamos por otros medios

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