Conociendo DB 244 La admiración por Don Bosco en París era extraordinaria. Durante su estancia en la capital francesa muchos se afanaban por poder conseguir y conservar algún recuerdo suyo, como reliquia. La condesa de Combaud le había pedido insistentemente que le cediera su abrigo.

–Pero yo no puedo quedarme sin él –respondía siempre Don Bosco.
–Busque otro.
–¿Y cómo?
–¿Cuánto cuesta?
–Ochenta francos.
–Tenga cien.

Y se los dio al instante. Al día siguiente, diligentemente, fue la señora a retirarlo. Pero, con sorpresa, escuchó decir a Don Bosco:
-He gastado los cien francos.

 

En realidad, Don Bosco iba enviando el dinero recogido a uno u otro lado, a medida que tenia las cantidades correspondiente para las necesidades de las casas de Francia, del Oratorio, de la iglesia de Roma. La condesa, comprensiva, le dio otros cien francos y volvió unos días después para recoger el famoso abrigo.

–¿Qué quiere usted? –volvió a oír decir a Don Bosco–. Me pidieron una cantidad y...

La condesa no dijo nada y volvió a entregar otros cien francos. La escena se repitió unas diez veces y cada vez hubo cien francos de limosna. Al llegar al millar, dijo Don Bosco al secretario:
–¿No te parece que ya basta?
–Me parece que sí –contestó.

Cuando volvió la señora, le dijo:
–Mire, yo no puedo quedarme sin abrigo y no tengo tiempo para ir a comprar otro. Tenga la bondad de pensar usted en ello.

La señora se lo proporcionó y, cuando Don Bosco tuvo el nuevo, le entregó el viejo. No se molestó en absoluto por la broma de Don Bosco. Al fin y al cabo, todos sabían que Don Bosco estaba en París para recoger limosnas para sus obras.

Memorias Biográficas XVI, 107-108

 

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