conociendo a DB Don Bosco permanece en su puesto, entre sus muchachos: ese es el corazón de su misión como un sacerdote. Ante todo, la salvación de las almas mediante una vida vivida en gracia de Dios. Para guiar a los jóvenes hacia esa meta los invita a meditar:

“Muerte, juicio, infierno, cielo, lo único que puede infundir un saludable temor que despierte del letargo espiritual bajo el lema evangélico Estemos preparados para que, cuando nos alcance la muerte, nos encontremos dispuestos a partir de aquí serenos hacia la eternidad.

Este es el repetido discurso de Don Bosco. No hay fin de año en el que Don Bosco no vuelva al pensamiento de la fugacidad del tiempo, de la certeza de la muerte y de la incertidumbre de la hora. De ahí la urgencia de un cuidadoso examen de conciencia y la valentía para superar la vergüenza y hacer una confesión sincera e íntegra de los propios pecados, especialmente de aquellos contra la castidad, los más vergonzosos y perturbadores.

En una de las “buenas noches” a los muchachos, Don Bosco dice: “Hay dos clases de muerte, la imprevista y la repentina. Es imprevista cuando llega sin estar preparados; es repentina cuando nos sorprende preparados. Venga pues la repentina, pero Dios nos guarde de la imprevista. Hijitos míos, si ahora mismo llegara la muerte, ¿estarían preparados? Espero que la mayor parte lo esté. Desgraciadamente hay algunos que no, porque están en pecado mortal.”

La pedagogía de Don Bosco pretende mantener a los jóvenes en gracia de Dios. De ahí la lucha contra el pecado y el programa de vida asentado sobre tres pilares: alegría, trabajo y piedad. Con frecuencia repetía aquella frase de san Felipe Neri a sus jóvenes: “Cuando llegue la ocasión, corran, salten, diviértanse todo los que quieran, pero no cometan pecado”. La receta para no pecar es: oración individual y comunitaria, confesión y comunión, misa diaria, devoción a María Auxiliadora.

Los deberes morales del joven del Oratorio son la fuga del ocio y de las malas compañías y la búsqueda de las buenas compañías; el estudio y el trabajo; el respeto de las normas; la pureza y mortificación de los sentidos; la caridad hacia todos; el temor de Dios; pensar en la muerte y el juicio, buscando finalmente el paraíso.


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