CCSS 1875 fue un año de muchísima actividad. Don Bosco tiene otro proyecto que se realizará en 1876: una especie de orden tercera, de benefactores de su obra, constituida por laicos y eclesiásticos que llevará el nombre de Asociación o Unión de Cooperadores Salesianos.

Los asociados contraen el compromiso de sostener de distintos modos a la Sociedad Salesiana y sus iniciativas, pero también de ayudar a párrocos y obispos en la catequesis y en la caridad. El primer cooperador será el mismo Papa Pío IX.

También esta idea había sido pensada y meditada desde hacia mucho tiempo: Don Bosco pretende crear una fuerza permanente de hombres y mujeres que, sin vestir el hábito salesiano o de las Hijas de María Auxiliadora, les garanticen la ayuda de la oración, de las obras y el apoyo económico, sin salirse del mundo, desempeñando cada uno su tarea en su propio puesto. Les proporciona un reglamento cuya última versión es de 1877.

“Ayudarse recíprocamente para hacer el bien y luchar contra el mal”, “promover el espíritu de oración y de caridad con todos los medios que proporciona la religión, y destruir así o mitigar, al menos, los males que provoca la destrucción de las buenas costumbres en el desarrollo de la juventud, en cuyas manos está el porvenir de la sociedad”: estos son los dos fines inmediatos de los cooperadores. Naturalmente, el fin último es la propia santificación y la salvación de los demás, pero alcanzado “en medio de sus ocupaciones ordinarias, dentro de sus propias familias, y viviendo como si, de hecho, formaran parte de la Congregación”, ejercitando la caridad hacia el prójimo, “especialmente hacia la juventud en peligro”.

Los instrumentos son: la promoción de “novenas, triduos, ejercicios espirituales y catequesis, sobre todo en aquellos lugares donde faltan medios materiales y morales”; la ayuda a las vocaciones, de jóvenes y adultos; la difusión de buena prensa con la que hacer frente a la “irreligiosidad”; la caridad con los “muchachos en peligro, para recogerlos, instruirlos en la fe, encaminarlos hacia las funciones de la iglesia, aconsejarlos en los peligros, conducirlos donde puedan recibir instrucción religiosa”. Esto vale igualmente para las muchachas que se encuentren en las mismas condiciones; la oración y la ayuda económica, “donde fuese menester, a imitación de los primitivos fieles, que depositaban sus bienes a los pies de los apóstoles en beneficio de las viudas, los huérfanos y cualquier otra grave necesidad”.

Por lo que mira a su estilo de vida, “no se pide a los Cooperadores Salesianos ninguna obra externa especial, pero, para que su vida se asemeje de algún modo a la que se vive en las comunidades religiosas, se les recomienda la modestia en el vestir, la frugalidad en las comidas, la ausencia de lujo en las casas, la moderación al hablar y al exacto cumplimiento de los propios deberes, preocupándose de que las personas que estén a su servicio puedan observar y santificar los días festivos.

Nace así la tercera familia salesiana, que se propaga en el mundo y en el tiempo. Para mantenerla unida y solidaria, Don Bosco ha pensado en un “boletín o folleto impreso” para enviárselo a todos cuatro veces al año. Se llamará Boletín Salesiano y pronto se hace mensual: el primer número aparece en septiembre de 1877. Publica así mismo los escritos de los misioneros de América: ninguno en ese tiempo recibe correspondencia de países tan lejanos y desconocidos.


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