conociendo-a-DOn-Bosco-1 Cuántas veces le preguntaría Don Bosco a sus muchachos: “¿Te quieres quedar con Don Bosco?. La mirada asombrada e ilusionada de muchos de ellos expresaba de forma elocuente el deseo de un “Sí” largamente acariciado y esperado. Y para todos la promesa: “Te prometo pan, trabajo y paraíso”. Sonó tan creíble la propuesta, que muchos no dudaron y el corazón joven y apasionado de Juan Cagliero exclamó : Fraile o no fraile… ¡me quedo con Don Bosco!”

Así fue siempre. Don Boco les ofrecía el pan de cada día que no habría de faltar nunca en la mesa del pobre. Y aunque no hubiera más que un pedazo, lo partiría a medias con ellos. Sus muchachos sabían que era cierto.

Pero les aseguraba también el pan de la Eucaristía, el pan tierno del encuentro con Jesucristo, el Señor de la vida; y con Él, les ofrecía el trigo limpio de la educación, la blanca harina del cariño y la amistad, la levadura de un futuro nuevo que sería amasado -les decía-con esfuerzo y compromiso.

 

Incansable y tenaz, Don Bosco repetía a sus muchachos: “Trabajo, trabajo, trabajo, trabajo…”. Era su santo y seña; era su manera de ser pobre, de vivir la austeridad, de comprender la solidaridad con los más necesitados. En su casa, los jóvenes y sus primeros salesianos aprendieron el valor del sacrificio y del empeño en las tareas cotidianas. En nuestra familia hemos comprendido que nuestro tiempo es para los jóvenes, que no nos pertenece, que somos hijos de un trabajador infatigable. ¿Una auténtica experiencia de espiritualidad!

 

Pero les prometió también a sus muchachos el paraíso: “¿A dónde va, Don Bosco?”, le preguntaban algunos cuando se cruzaban a toda prisa con él por los pasillos, los patios, las calles de Turín… “¡Al paraíso!”, les respondía.

 

La mirada en el horizonte, más allá de la acostumbrada rutina o del mortecino vivir. Creativo y emprendedor, caminaba con los pies en el suelo, pero con la convicción - aún en medio de grandísimas dificultades- de que “un trozo de paraíso lo arregla todo”.

 

Así vivió y así murió el santo de los jóvenes: avivando sueños que parecían imposibles y alentando esperanzas perdidas; adelantando el cielo para sus muchachos cuando el suelo era tantas veces, un pequeño infierno, porque en el margen no hay oportunidades a las que agarrarse si alguien no tiende su mano.

Gastado hasta la extenuación, se despidió de ellos con un inmenso abrazo de padre y estableciendo un pacto con la eternidad: “Di a mis queridos jóvenes que los espero a todos en el paraíso”.

 

Hoy como entonces, resuena la misma pregunta que escucharon muchos chicos en Valdocco: ¿Quieres quedarte con Don Bosco? Es para pensarlo en primera persona. En la familia salesiana te ofrecemos pan, trabajo y paraíso. Como a Cagliero, no te importe qué dirán de ti o cómo te las vas a arreglar. Sencillamente, quédate con Don Bosco.

 

Tomado del libro: 100 palabras al oído, editorial CCS

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