CDB2 Don Bosco escribió en 1847 un manual de oración para sus muchachos del oratorio. Lo tituló “El joven instruido” y fue una referencia constante en la vida de Valdocco y de la futura congregación salesiana durante generaciones. No era tan solo un manual, sino que además contenía una propuesta espiritual donde nuestro padre expresó su manera de entender la vida cristiana de los jóvenes.

En el prólogo, Don Bosco escribió:

“Queridos jóvenes, los amo de todo corazón y me basta que sean jóvenes para que los quiera de verdad (…). Alcen los ojos, hijos míos y miren hacia lo alto…”

Se trata, ni más ni menos, de una propuesta de santidad juvenil. Un camino de espiritualidad muy en conexión con la vida de los muchachos, muy de todos los días, muy cercano a la realidad cotidiana. Don Bosco no pedía grandes “prácticas de piedad” a los chicos del oratorio, pero les enseñaba siempre a hacer de lo ordinario algo extraordinario: era una propuesta que invitaba a levantar la mirada para fijar los ojos en Dios.

 

“Levantar la mirada hacia lo alto” es caer en la cuenta de que la presencia de Dios impregna la vida de cada día, dándole un sentido nuevo y diferente. Es alzar los ojos de la tierra, del metro cuadrado que a veces tanto nos agobia, de aquello que no nos deja vivir tranquilos y nos roba la paz del corazón, de lo que nos inquieta o no nos deja ser verdaderamente libres. Es, sobre todo, experimentar la cercanía de Dios que nos quiere y nos señala siempre un horizonte más pleno que alcanzar.

 

Para Don Bosco, la espiritualidad es la experiencia cotidiana y sencilla de la cercanía de Dios, de su bondad misericordiosa, de su preocupación por nosotros.

 

¿No fue eso lo que le enseñó Mamá Margarita en I Becchi? Cuando se sentaban a la puerta de la casa en las noches de verano, siendo Juan tan sólo un niño, le invitaba a mirar a lo alto, a fijar la mirada en el cielo para ayudarle a comprender que Dios es un padre bueno que en su infinita bondad encendía las estrellas cada noche para nosotros.

 

Aquel humilde campesino creció convencido de que un pedazo de paraíso lo arregla todo. Siempre había una estrella que contemplar, un cielo que admirar, un agradecimiento que musitar en el silencio de la noche porque Dios se preocupaba siempre por sus muchachos y nunca los abandonaba. Estaba seguro de que, por muy fuerte que soplaran los vientos, la confianza inquebrantable en Dios iluminaba siempre, de forma nueva, la realidad.

 

Apuntamos así a lo más importante. En nuestra propia experiencia creyente, en nuestra propuesta de crecimiento en la fe para nuestros jóvenes, no perdemos nunca de vista dónde está lo esencial: la espiritualidad juvenil salesiana es un camino sencillo hacia la santidad en el que aprendemos, desde la vida diaria, a mirar siempre hacia lo alto, a levantar los ojos hacia Dios. Y siempre habrá un cielo por el que agradecer, cada noche, tanta providencia.

 

100 palabras al oído, CCS, Madrid

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