Foto: BSCAM Muchos cristianos ignoran que ellos también son sacerdotes; tal vez no han meditado detenidamente en la primera carta de San Pedro, en donde con claridad se afirma:

“Ustedes son una familia escogida, un sacerdocio al servicio del Rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios, y esto es así para que anuncien las maravillas de Dios”. (l Pedro 2, 9).

Dice San Pedro que somos “un pueblo de sacerdotes”. Sacerdote es alguien que está consagrado para ofrecer sacrificios a Dios. Todo cristiano ofrece a Dios todas sus cosas; se ofrece él mismo a Dios.

Con autoridad y poder
En el Cuerpo Místico de Jesús, algunos, específicamente, han sido “consagrados” para servir a la comunidad como sacerdotes; a esto se le llama el “sacerdocio ministerial”; los demás fieles tienen el “sacerdocio común”, que les viene del Bautismo. Cuenta el evangelista San Lucas que Jesús pasó toda una noche en oración y que, al día siguiente, de entre todos los discípulos, escogió sólo a doce (Lc 6, 12-13). Ellos lo siguen a todas partes, aprenden su doctrina, hasta sus gestos, para quedarse en su lugar, cuando Jesús ya no está físicamente en el mundo. A estos apóstoles Jesús les dio “poderes” muy especiales para servir en la comunidad. Para que fueran sus representantes. Dice San Lucas: “Reunió a los doce y les dio poder de expulsar toda clase de demonios y de curar enfermedades; los envió a anunciar el reino de Dios y a sanar enfermos” (Lc 9, 1).

En la Última Cena sólo estaban los doce Apóstoles; sólo a ellos Jesús les ordenó: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Jesús hacía referencia a “consagrar el pan y el vino”. Después de la resurrección, se les apareció a los Apóstoles, que estaban escondidos en el Cenáculo, y les dijo: “A quienes ustedes perdonen los pecados, les serán perdonados y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” (Jn 20, 23). El Evangelio hace constar que Jesús les explicó a los Apóstoles: “Como el Padre me envió, así los envío Yo a ustedes” (Jn 20, 21). Ellos serían sus “enviados” para continuar la obra de expansión del reino de Dios.

El libro de los Hechos de los Apóstoles muestra a la Iglesia primitiva que siempre está presidida por los Apóstoles, que enseñan, orientan, reprenden. Las cartas del Nuevo Testamento reflejan una Iglesia con una “jerarquía”, es decir, con unos pastores que mandan, que dan orientación, que reprenden (Hch 2, 42).

Imposición de manos
Los Apóstoles hicieron partícipes a otros del Sacerdocio que ellos habían recibido de Jesús. Habían comprendido que no eran eternos, por eso comenzaron a hacer lo mismo que Jesús había hecho con ellos. El capítulo 14 del libro de los Hechos de los Apóstoles recoge el momento en que los Apóstoles están designando “presbíteros” en varias Iglesias. Al sacerdote se le llama presbítero.

En la primera carta de San Pedro, capítulo quinto, se seleccionan algunos consejos de San Pedro a los presbíteros de las Iglesias. También se indica que Pablo impone las manos a Timoteo y lo nombra presbítero en Creta. Hay un texto muy valioso de San Ignacio de Antioquía. Este santo vivió con el Apóstol Pedro y también con Pablo, es decir, bebió la doctrina de estos dos Apóstoles; San Ignacio escribió: “Todos deben obedecer al Obispo como Cristo al Padre, y a los sacerdotes, como a los apóstoles”.

Este es un texto importante para nosotros los católicos; nos asegura que estamos siguiendo la misma línea que dejaron los Apóstoles y que San Ignacio de Antioquía nos recuerda en sus escritos. San Pablo, a su discípulo Timoteo, le aconsejó, en su primera Carta:”No te precipites en imponer las manos a nadie; así no te harás partícipe de los pecados ajenos” (1 Timoteo 5, 22). Pablo está advirtiendo que para ordenar presbíteros hay que tener mucho discernimiento.

El Sacerdote es un hombre entre los hombres; un día sintió que el Señor lo llamaba a su servicio, entonces acudió a un seminario para meditar si de veras el llamado era de Dios; también para que sus formadores lo observaran, y, un día, lo pudieran presentar al Obispo para que fuera ordenado sacerdote. En la Iglesia Católica se continúa la tradición de los primeros cristianos: es un Obispo, sucesor de los Apóstoles, el que “impone las manos”, símbolo del poder al que va a ser ordenado sacerdote; también le entrega una patena, un cáliz y los ornamentos sagrados, puntualizando que su misión será “presentar” ofrendas, pan y vino, en nombre de todo el pueblo.

También le unge las manos porque van a servir a la comunidad, y le repite las mismas palabras de Jesús a los Apóstoles: “A quienes perdones los pecados les quedarán perdonados y a quienes no les perdones los pecados, les quedarán sin perdonar”. Se le entrega la Biblia porque es enviado a proclamar la Buena Noticia. Así el candidato queda consagrado para servir a la comunidad como pastor, como maestro y como sacerdote.

Hombre entre los hombres
El verdadero sentido de su ministerio es ser un instrumento de Dios; por eso san Agustín decía: “Pedro bautiza, Jesús bautiza; Judas bautiza, Jesús bautiza”. Nosotros podríamos añadir: “Cuando el sacerdote celebra Misa, es Jesús que, por medio del Espíritu Santo, consagra el Pan y el Vino para darlo a los fieles en alimento. Cuando el sacerdote confiesa, es Jesús que vuelve a levantar la mano para perdonar los pecados. Cuando el sacerdote predica, es Jesús quien quiere servirse de un instrumento humano para hacer llegar su Palabra viva a la comunidad. Por eso Jesús dijo a los Apóstoles: “Yo los envío como el Padre me envió”. No hay que pretender que el sacerdote sea un ángel. Es un hombre entre los hombres.

Cada fiel diariamente debe pedir al Señor que envíe muchos obreros a su mies; hacen falta buenos y santos sacerdotes. Hay que pedirle al Señor que los preserve del mal; el sacerdote está expuesto a tantas tentaciones como cualquier otro individuo. Hay que saber ser comprensivo con el sacerdote; más que pretender que sea un ángel, hay que ver en él a un “instrumento” de Dios al cual hay que acudir con humildad. A través del sacerdote Dios continúa haciendo hijos de Dios por medio del Bautismo; sigue limpiando las conciencias en los confesionarios; continúa invitando a la Cena del Señor; sigue cerrando los ojos de los moribundos. Por eso San Agustín decía: “Pedro bautiza, Cristo bautiza; Judas bautiza, Cristo bautiza”.


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