Meditacion2 Eco Evangeli Es frecuente encontrarse con personas que afirman tranquilamente que ellas practican la religión a “su manera”. Este es un solemne disparate.


Nosotros creemos que nuestra religión es “revelada”, es decir, estamos seguros de que Dios ha hablado, se ha manifestado y ha indicado cómo debemos relacionarnos con él. La religión, entonces, no puede vivirse a “nuestra manera”, sino como Dios lo ha ordenado.

La carta a los Hebreos inicia con un precioso párrafo donde se sintetiza la enseñanza de la Biblia con respecto a la revelación de Dios. Dice así: En tiempos antiguos Dios habló a nuestros antepasados, muchas veces y de muchas maneras por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo, mediante el cual creó los mundos y al cual ha hecho heredero de todas las cosas. Él es el resplandor glorioso de Dios, la IMAGEN misma de lo que Dios es y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa (Hb 1, 1-3).

En este texto se nos hace ver cómo es Dios mismo el que por amor toma la iniciativa de comunicarse con los hombres por medio de la Palabra. Para llegar a los hombres Dios se vale de instrumentos humanos, los profetas. En la etapa final del mundo, el instrumento escogido es Jesús, por medio del cual nos envía la revelación definitiva.

Para esta comunicación, continúa diciendo el texto, Dios emplea múltiples formas: sueños, visiones, signos, gestos, palabras. Lo cierto es que todas estas comunicaciones de Dios en el pasado se vienen a resumir en el mensaje que trae Jesús como el mensajero fuera de serie que Dios envía. Por eso la Carta a los Hebreos afirma que Jesús es el RESPLANDOR de la gloria de Dios. También dice que Jesús es la IMPRONTA DE DIOS. Estas expresiones las traduce San Pablo de una manera más inteligible, cuando afirma que Jesús es la imagen visible del Dios invisible (Co 1, 15). Jesús es Dios en medio de nosotros, que viene a hablarnos, a decirnos que nos ama, y a mostrarnos el camino de la salvación.

Con Jesús nos ha llegado la revelación definitiva. Ya nadie puede añadir nada más acerca de Dios. Todo está dicho. De aquí que nadie deba pretender tener una visión sobrenatural para que Dios le diga quién es él. El que quiera saber quién es Dios, cómo actúa, que lo busque en Jesús que está retratado en los evangelios. Allí está la imagen humana de Dios. Como dice san Pablo, Jesús es la imagen visible del Dios invisible (Col 1,15).

En el evangelio de San Juan aparece algo muy claro: todo esto no se puede comprender, si no es por la acción del Espíritu Santo. El hombre, solo con su inteligencia, no puede comprender a Jesús ni la revelación que nos trae acerca de Dios. En la última cena Jesús promete a sus apóstoles que les enviará un Consolador: el Espíritu Santo. Dijo Jesús: Él les recordará todo lo que yo les he dicho. Los llevará a toda la verdad (Jn 16, 13). Al referirse al Espíritu Santo, decía Jesús: No hablará por su cuenta, sino que les dirá lo que ha oído (Jn 16, 13). El Espíritu Santo, esencialmente, viene para recordarnos lo que ya dijo Jesús. La enseñanza de Jesús y la del Espíritu Santo son lo mismo. Además, el Espíritu Santo tiene el encargo de hacer que las palabras de Jesús sean comprendidas por nosotros y que sean asimiladas para que nos transformen en imagen de Jesús. San Pablo añade que el misterio de Dios estaba “escondido”. Desde tiempo eterno ha sido mantenido en secreto (Rom 16,26). El misterio de Dios ya estaba presente en el Antiguo Testamento, pero necesitaba la luz de Jesús para ser comprendido del todo. Y ese misterio de Dios es un bello proyecto de Dios para la salvación del hombre y del mundo.
Dios sigue hablando

La traducción de la Biblia ecuménica lleva el sugestivo título DIOS HABLA HOY. Y así es. Dios habló en tiempos pasados y no ha dejado de hablar. Así como el pueblo de Israel se encontró con Dios en su historia, así cada uno de nosotros debemos encontrarnos con Dios en nuestra historia personal y social. Debemos estar atentos para escuchar su voz, para obedecer sus indicaciones, ya que allí está nuestra salvación, nuestra bendición, nuestra felicidad. Dios continúa comunicándose con nosotros para manifestarnos su amor, su proyecto de salvación. Dios continúa salvándonos de nuestro Egipto de esclavitud, de opresión, de miedos, de dudas. Para podernos salvar, nos indica el camino: sus mandamientos. Dios nos salva, pero no a la fuerza, sino con nuestra respuesta de fe, que es obediencia.

Dios continúa revelándose a nosotros, hablándonos para indicarnos los peligros que hay por el camino, y para señalarnos con claridad el único camino de salvación. Jesús les decía a los apóstoles en la última Cena: Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. La respuesta del hombre al amor de Dios, que se introduce en su historia personal, es obedecer sus mandamientos. Continúa siendo verdad lo que decía San Pablo: La fe viene como resultado de oír la predicación, que expone el mensaje de Jesús (Rom. 10,17).

Al acercarnos al evangelio nos encontramos con el enviado de Dios: Jesús. Los gestos y las palabras de Jesús son la voz de Dios que nos dice con claridad cuál es su proyecto de amor para nuestra realización personal y para nuestra salvación aquí y en la eternidad. En los evangelios, Dios exhibe a Jesús. El Espíritu Santo mueve nuestra mente y nuestro corazón para que lo aceptemos por la fe como nuestro Señor, y alcancemos así nuestra salvación.

Dios sigue hablando hoy de diversas maneras y formas. Cuando Adán estaba escondido temblando, en la esclavitud de su pecado, Dios se le acercó. Le habló para indicarle cuál era el camino para poder regresar al paraíso. A nosotros, en nuestros Egipto de duda, de pecado, de miedo y angustia, se nos acerca Dios por medio de Jesús, que es su Palabra, y nos dice nuevamente: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí (Jn 14,9).9

 

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