Yaruta Un amigo del joven san Luis Gonzaga quiso hacerle una broma.
Mientras estaban jugando alegremente, le dijo: “¿Qué pasaría si te dijeran que dentro de dos horas vas a morir?”.


“Seguiría jugando”, respondió san Luis Gonzaga.

Este santo joven no se asustó; estaba viendo su salvación; se sentía perdonado y amado por Dios. ¿Cómo reaccionaríamos nosotros si el médico nos dijera que nos queda poco tiempo de vida? No es fácil contestar sinceramente esta pregunta. Pero, aunque el informe del médico nos causara una dura impresión, de ninguna manera, deberíamos aterrorizarnos pensando en el juicio de Dios.

Una religiosa de más de 84 años, me decía: “Ya voy a morir; tengo miedo del juicio de Dios”. Me brotó espontáneo decirle: “Hermana, no se va encontrar con Frankestein ni con Hitler. Se va encontrar con el bondadoso Jesús del evangelio que viene a llevarla como ha prometido”. Si hemos permitido que se forme en nosotros una idea de un Dios tremendo y vengativo, debe ser terrible nuestro miedo. Pero si creemos en el Dios Padre misericordioso, revelado en la Biblia, que recibió con abrazos y besos al hijo descarriado, no hay motivo para dejarse llevar por el miedo.

Del apóstol Santiago se recuerda que, cuando lo llevaban al martirio, iba sereno, con paso firme. El hombre que lo había delatado como cristiano para que lo capturaran, al verlo tan tranquilo, fue impactado hasta el punto de confesar allí mismo, ante todos, que él también era cristiano. En ese momento lo capturaron y fue compañero de Santiago en el martirio. Santiago se sentía salvado. Sabía que Jesús lo esperaba para premiar su testimonio de cristiano.

Un tema ampliamente predicado por san Pablo fue el de la salvación por la fe en Jesús. Cuando Pablo calculó que pronto lo llevarían al martirio, escribió varias cosas que reflejan su fe en Jesús y en sus promesas de salvación. Pablo dijo: Para mí la muerte es ganancia (Fil 1,21). También escribió: Olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, hacia la meta al supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Fil 3,13-14), Pablo ya no recordaba que él había querido borrar del mapa a Jesús y a los cristianos a quienes capturaba para que fueran llevados al martirio. Ya no pensaba en que él había cooperado en la lapidación de san Esteban. Ahora Pablo decía: Deseo partir y estar con Cristo (Fil 1,23). Para él la muerte, según la promesa de Jesús, era su encuentro para siempre con Jesús resucitado. Pablo no pensaba en el juicio de Dios, sino en la corona de gloria que le tenía preparada.

Pablo había escrito: Ni ojo vio ni oído escuchó ni hombre imaginó lo que Dios tiene preparado para los que lo aman (1Cor 2,9). A esa manera de pensar debe llevarnos el vivir día a día el regalo de nuestra salvación. Cuando se vive en fe en lo que Jesús ha dicho y prometido, solo se puede decir, como Pablo: Para mí la muerte es ganancia (Fil 1,21), no motivo de depresión, ni de frustración.

Cuando a santa Teresa de Jesús se le hablaba del juicio de Dios, decía: “¡Qué bello, me va juzgar aquel a quien tanto quiero!”. Inmensamente consolador es llegar al grado espiritual al que había llegado santa Teresa. Eso es lo que Jesús quiere de cada uno de nosotros. Por eso, en la última Cena, a sus asustados apóstoles, el Señor les aseguró: En la casa de mi Padre hay muchas moradas, yo me adelanto para prepararles una, y cuando esté preparada, regresaré para llevarlos porque quiero que ustedes estén donde yo estoy (Jn 14, 2-3). Palabras bellísimas y de mucha esperanza, que debemos tener muy presentes en todo momento. Dios no es un terrible Dios que quiere condenarnos, sino un Padre misericordioso que fue capaz de alcanzar con su salvación al delincuente que lo estaba insultando desde la cruz, y decirle: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43).

En la última cena, Jesús les decía a sus apóstoles: No se turbe el corazón de ustedes; crean en Dios, crean en mí (Jn 14,1). Creer en Jesús es dejar vivir en nuestro corazón todo lo bello que Jesús nos ha dicho y prometido para que nos salvemos y vayamos a ocupar esa morada que él ya tiene preparada para cada uno de nosotros, que, como Pablo, hemos peleado la buena batalla y esperamos la corona de gloria que Jesús nos prometió (1Ped 5,4). Esa fue la actitud espiritual de san Juan Bosco cuando estaba muriendo. A los salesianos y jóvenes que lo acompañaban en su lecho de muerte, les dijo: “Los espero a todos en el paraíso”.

 

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