Cuando la encuentra, no la reprocha. Al platicar con mucha gente, he detectado que muchos tienen una idea deformada acerca de Dios. Seguramente se debe a una educación religiosa mal enfocada; a una mala presentación de Dios. Muchos, a Dios lo tienen como Alguien lejano, duro, vengativo. La revista católica de España, “Vida Nueva”, llevó a cabo una encuesta acerca de la imagen de Dios que tienen los españoles. El resultado no fue nada halagador. La mayoría de los españoles tienen una imagen “poco cristiana” de Dios. No es nada raro, entonces, que muchas personas tengan que revisar qué imagen tiene acerca de Dios. Muchos tendrán que purificar más esa imagen deformada, a la luz de la Biblia.
Ningún hombre podría nunca decirnos con toda precisión cómo es Dios. Es Dios mismo el que se encarga de eso. Nosotros creemos en una religión “revelada”; partimos de que Dios nos ha hablado y nos continúa hablando.

La Carta a los Hebreos dice: En tiempos antiguos Dios habló a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras por medio de los profetas. Ahora en los tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo, mediante el cual creó los mundos y al cual ha hecho heredero de todas las cosas (Hb 1, 1-2).

La revelación de Jesús
Cuando el Señor quiso pintar la figura de Dios misericordioso y comprensivo, habló de “un buen pastor” que va a buscar, bajo la noche oscura, a la oveja caprichosa que se ha perdido. Cuando la encuentra, no la reprocha; la pone sobre sus hombros y la lleva al redil, con el corazón que le revienta de gozo (Lc 15, 4-6). También Jesús presentó a Dios como un padre misericordioso que, cuando vuelve su hijo rebelde, que se ha malgastado su herencia, le echa los brazos encima, no termina de besarlo, y luego le prepara una fiesta. El hijo arrepentido insistía en que su padre lo tratara como a “un esclavo”; el padre no le permitió seguir hablando; lo introdujo casi a empujones en su casa para que se sintiera todo un hijo ( Lc 15, 11-32).Esta revelación, que Jesús hizo acerca de Dios, no corresponde, ciertamente, a la imagen deformada que muchos tienen acerca de Dios.

Pablo nos da una pauta más para conocer mejor quién es Dios. Dice Pablo que Jesús es la imagen visible del Dios que no vemos (Col 1, 15). Si queremos, entonces, saber cómo nos ama Dios, basta que veamos cómo ama Jesús. No es raro que nosotros digamos que amamos a una persona, pero sin darnos cuenta de que nuestro llamado amor es un “egoísmo” disimulado. Nos amamos en la otra persona: amamos lo que nos conviene de ella, pero, propiamente, no amamos a la persona misma. Jesús va en busca del necesitado, del afligido.

No busca recompensa. Busca a los pobres que no le pueden retribuir con nada su favor. La viuda de Naím, que iba a enterrar a su único hijo, no le pidió nada a Jesús. Fue el mismo Señor el que tomó la iniciativa de detener el cortejo fúnebre y resucitar al joven difunto. El enfermo de la piscina de Betesda, que llevaba 38 años buscando curación, no pidió tampoco nada a Jesús. El Señor se le acercó y le preguntó si quería curarse. El amor de Jesús es un amor sin egoísmo. Se da. Se entrega sin esperar nada a cambio. Es misericordioso.

A muchos les ha extrañado que Jesús, en la Ultima Cena, le dijera a Pedro que lo negaría antes de que cantara el gallo. ¿Por qué mencionó Jesús el canto del gallo? Quiso darle a Pedro un signo de tipo auditivo. Cuando Pedro escuchó el canto del gallo, se acordó que Jesús ya se lo había predicho; Jesús ya lo había perdonado antes de que él lo negara. Esto ayudó a Pedro a no desesperarse. De otra suerte, tal vez, hubiera terminado como Judas. A Pedro lo salvó la mirada de misericordia que vio en Jesús, cuando lo descubrió entre el gentío.

El Evangelio describe muy bien el momento en que el Señor, mientras lo llevan prisionero, de un lado a otro, busca con la mirada a Pedro. En la mirada del Señor Pedro experimentó todo el amor misericordioso del Padre del hijo pródigo. Eso le hizo derramar todas las lágrimas de arrepentimiento que tenía en lo más profundo de su ser. Jesús murió perdonando a los enemigos que lo clavaron en la cruz, que lo insultaban y se burlaban de él. El amor de Jesús fue un amor misericordioso de perdón sin límites para todos.

Un paso más
Una de las confesiones más bellas acerca de la propia experiencia del amor de Dios, aparece en San Pablo; el Apóstol nos dice con toda seguridad: Estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes, y fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra de las cosas creadas por Dios. ¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rm 8, 38-39). Pablo había vivido experiencias muy traumáticas: cárceles, juzgados, contradicciones, persecución, malos entendidos, naufragios, azotes. Nunca Pablo se sintió olvidado de Dios. En todo veía la mano de Dios que lo seguía amando y que tenía un proyecto de amor para él. Por eso dijo: Todo resulta para bien de los que aman a Dios (Rm 8, 28). El mismo Pablo, confiado en el amor misericordioso de Dios, decía: Si el Señor está con nosotros ¿quién contra nosotros? (Rm 8, 31).

Algo parecido experimentó el salmista, cuando descubrió el amor de Dios, y escribió: “El Señor es nuestro refugio y fortaleza, ¿a quién he de temer? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?” (Sal 27). El que se siente amado por Dios, no le teme a hechizos, ni tragedias, ni infortunios. Sabe que nada podrá apartarnos del amor de Dios. Ni siquiera el mismo pecado; el hijo pródigo se puede alejar de la casa, pero el padre no le echará candado, en ningún momento, al portón de la casa para que su hijo lo encuentre siempre abierto las 24 horas del día. Esto lo había revelado claramente el Señor por medio del profeta, cuando escribió: Aunque tu padre o tu madre te abandonen, yo jamás te abandonaré. El conocimiento de Dios, del auténtico Dios misericordioso de la Biblia, nos debe llevar a eso: a una seguridad plena en Dios Padre que nos ama: ¡Nada ni nadie podrá separarnos del amor misericordioso de Dios!


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