meditacion 4 El profeta Zacarías escribió, refiriéndose al futuro Mesías: “Mirarán al que traspasaron “(Zc l2,l0). El soldado que atravesó con su lanza el costado de Cristo no sabía que ya estaba profetizado este dato en la Escritura. San Juan trae a colación este detalle y le da un significado particular. Dice San Juan que el vio que del costado de Cristo salió sangre y agua. Estos dos elementos simbolizan dos grandes sacramentos que Jesús regaló a su Iglesia. El agua simboliza el bautismo. El agua que brota del costado de Cristo, hace posible que, por la fe, el pecador se hunda -se bautice - en Jesús, en sus méritos adquiridos en la cruz. Por eso el agua del bautismo indica la purificación que nos viene de la cruz de Cristo. La sangre simboliza el sacramento de la Eucaristía. Durante la Última Cena, Jesús les dijo a los apóstoles : “Esta es mi sangre de la Alianza ,que es derramada por muchos para el perdón de los pecados “(Mt 26,27). En la antigüedad, los pactos se sellaban con sangre. Moisés rocía con la sangre del sacrificio el pacto entre Dios y el pueblo de Israel. Jesús, en la Ultima Cena, hace constar que la nueva Alianza será sellada con “su propia sangre”.

San Juan Crisóstomo, al comentar que del costado de Cristo brotó sangre y agua, sugiere que la sangre es el único elemento que puede borrar el pecado del hombre. El agua es la nueva vida en el Espíritu Santo que Jesús concede una vez que ya ha llevado a cabo la redención de la humanidad.
Todo esta consumado
Los otros tres evangelistas anotan que Jesús murió después de dar un gran grito. Solo San Juan cita las últimas palabras de Jesús antes de exhalar el último suspiro: “Todo está cumplido “(Jn l9,30).Los luchadores griegos cuando tenían totalmente vencido a su contrincante, daban un gran grito. Jesús no muere como un derrotado, sino como un triunfador. “Todo está cumplido” significa que ya ha llevado a cabo la terrible misión para la que había venido al mundo: para ser inmolado por la salvación de los hombres. Ha llegado la hora de su glorificación. De su triunfo.

“Todo está cumplido” significa que se han verificado al pie de la letra todas las profecías mesiánicas con relación al martirio del Mesías. Todo lo que el salmo 22 predecía acerca del suplicio del Mesías se ha realizado en su totalidad. Ha sido atravesado por una lanza, como lo había anticipado el profeta Zacarías. En la cruz, Jesús ha quedado desfigurado, sin rostro, doliente, como lo había visto 700 años antes el profeta Isaías: como el Siervo sufriente, como el Cordero llevado en silencio al matadero con los pecados de todos (Is 53 ).

Durante su vida Jesús varias veces había hablado de “su hora”, el momento culminante de su pasión y muerte. Toda su vida estaba encaminada a este momento decisivo para el que había sido enviado por el Padre. En el Getsemaní, tuvo pavor de este instante; por eso había rezado: “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz”.

Ahora, el cáliz ya había pasado. “Todo se había cumplido” como Dios Padre lo había ordenado. Ahora, Jesús, ya podía entregar su Espíritu. Alonso Schökel, en su traducción de la Biblia, apunta: “Y, reclinando la cabeza, entregó el Espíritu”(Jn19,30). Schokel escribe con mayúscula Espíritu. Muchos comentaristas afirman que debe ser así, pues Jesús, al morir, en la cruz, ha cumplido ya la obra de la redención de la humanidad y puede entregar su Espíritu Santo. Esto nos hace recordar el momento en que Jesús prometió ríos de agua viva para los que creyeran en él. En esa oportunidad, Juan anota: “Se refería al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado”. Para San Juan la glorificación de Jesús se lleva a cabo en el momento que muere en la cruz. De aquí que Jesús, ahora, ya puede entregar su Espíritu Santo. Y, en efecto, es lo primero que hace, cuando se aparece a sus apóstoles. Les dice:”Reciban el Espíritu Santo “(Jn 20,22).
Ante la cruz de Cristo
Ante la cruz de Cristo hay que tomar partido. La sangre de Cristo se acepta para salvación o se rechaza para condenación. Judas estuvo muy cerca de Jesús, pero murió envuelto en su propia sangre y no en la de Jesús. El mal ladrón fue salpicado por la sangre de Cristo; pero murió blasfemando. Los dirigentes religiosos, los más preparados para descubrir al Mesías anunciado en la Escritura, estuvieron ante la cruz para gritar: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros!” Los soldados, que jugaban a los dados de espaldas a la cruz, para sortear la túnica de Jesús, ni siquiera captaron el sentido profundo del sacrificio cruento de Cristo.

El buen ladrón fue salpicado por la sangre de Cristo. Se sintió compungido por sus palabras. Terminó confesándose en público y clamando a Jesús. La sangre de Cristo surtió efecto para él. Nicodemo y José de Arimatea, antes temían definirse como discípulos de Jesús. Ahora, frente a la cruz de Cristo, recibieron todo el valor necesario para no avergonzarse de Jesús: para confesar su fe profunda en él. Un centurión, que se apartó del grupo de los soldados, comenzó a oír y ver todo lo que sucedía alrededor de la cruz. Terminó haciendo un acto de fe en Jesús: “¡Verdaderamente este era Hijo de Dios !”(Mt 27,54).

En el Antiguo Testamento, a los leprosos, que sanaban, se los rociaba con sangre para testificar su curación. A los que eran apartados para el servicio de Dios, también se los rociaba con sangre. El sello que se ponía en los pactos era la sangre del sacrificio. La cruz de Cristo, su sangre nos cura de nuestra lepra espiritual, el pecado. Nos consagra para Dios en el Bautismo. Nos constituye hijos de Dios de la Nueva Alianza. Nosotros nos acercamos a la cruz de Cristo, no para ponernos sentimentales, sino para ser favorecidos con la sangre preciosa del “Cordero sin mancha y sin defecto “, que nos purifica, y nos justifica, nos pone en buena relación con Dios y nos entrega su Espíritu Santo para tener una vida abundante.

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