meditacion-2 A muchas personas no les resulta fácil la oración de alabanza; la emplean alguna vez, pero sin gozo, rutinariamente. Analicemos algunos obstáculos que pueden impedirnos gozar de la oración de alabanza, que tanto le agrada a Dios y que reporta múltiples bendiciones.

Falso concepto de Dios

La alabanza es una oración jubilosa por medio de la cual le queremos manifestar a Dios nuestro gozoso agradecimiento. Es por eso de suma importancia preguntarnos qué imagen de Dios tenemos en nuestra mente y corazón. Son muchos los que tienen una imagen deformada de Dios. Les han presentado un Dios lejano y duro, un Dios detective, que se fija más en los errores que en sus virtudes. Muchos, en el fondo de subconsciencia, tienen resentimiento contra Dios por cosas negativas que les han sucedido en su vida. Le echan la culpa a Dios por sus calamidades, como que fuera un Dios injusto. Una imagen así de Dios no invita a la alabanza, más bien inclina a un rechazo de Dios o a una oración ritualista, que, propiamente, no es oración, sino un simulacro de oración.

Para que brote espontánea la oración de alabanza hay que tener una sencilla relación de amistad con Dios. Para poder gozar de la oración de alabanza hay que comenzar por purificar la imagen de Dios que el mundo ha impreso en nuestra mente. Para eso es indispensable ver cómo Dios mismo se revela en la Biblia. Dios se manifiesta en la Biblia como un Padre amoroso. Dice la carta a los Romanos: “Ustedes no han recibido el espíritu de esclavos para que vuelvan otra vez a tener miedo, sino el espíritu de hijos que los lleva a decir: Abba, Padre”(Rom 8,15).  El que tiene la imagen de Dios como de un Padre bueno, siente el impulso de alabar a Dios, de darle gracias por medio de una oración jubilosa, la oración de alabanza.

El acusador

El espíritu del mal fue expulsado del cielo porque rehusó alabar a Dios. Se rebeló contra su gloria. El diablo sabe muy bien que la oración de alabanza extiende el reinado de Dios, y atrae muchas bendiciones. Por eso, por todos los medios, siembra la cizaña de la desconfianza en Dios. Fue el primer pecado de los primeros seres humanos. Los convenció para que no le creyeran a Dios. Les hizo sospechar que Dios les estaba jugando sucio al prohibirles comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. El diablo sabe muy bien que el que desconfía de Dios tiene ya abierta su puerta para cualquier pecado.

 

Satanás, para alejar a los seres humanos de la oración de alabanza, trata de introducir en las mentes pensamientos negativos de temor, de angustia, de depresión, de rebeldía contra Dios. El que permite que su mente admita esta clase de pensamientos, no tiene ningún deseo de alabar a Dios. Más bien le reclama a Dios, lo culpa por su triste situación. Con razón aconseja san Pablo: “No den lugar al diablo” (Ef 4,27). La razón es porque el diablo se introduce en nuestra vida por medio de nuestra mente. Una vez que tiene ganada nuestra mente, la caída en el pecado está asegurada. Por eso dice Santiago: “Resistan al diablo y él huirá de ustedes” (St 4,7).Una manera de resistirlo es, precisamente, acudiendo a la oración de alabanza en los momentos más críticos de nuestra vida. La oración de alabanza ahuyenta al diablo; es la negación que lo que él es. Jesús nos aseguró que con su poder, en su nombre, podríamos expulsar al demonio (Mc 16 ,17). La oración de alabanza tiene mucho poder contra Satanás porque atrae las bendiciones de Dios y el poder contra todo mal. El que alaba a Dios, conserva su mente limpia de toda contaminación diabólica. El que alaba a Dios continuamente está expulsando todo pensamiento negativo, que puede bloquear nuestra íntima comunión con Dios.

El pecado

El pecado rompe la comunión con Dios. Por experiencia decía David: “Si yo me hubiera complacido en el mal, no me habría escuchado mi Señor”(Sal 66,18).El mismo Señor, por medio del profeta Isaías, nos anticipa que él no recibe las falsas oraciones de los que acuden a él en pecado, porque hay un muro que impide que llegue a él ese simulacro de oración (Is 59, 2). Cuando el pueblo iba en peregrinación al Templo, antes de ingresar, preguntaba: “¿Quién subirá al monte del Señor?”El sacerdote o el levita le respondían: “El hombre de manos puras y limpio corazón”(Sal 24,3). Antes de pretender alabar a Dios, hay que ser purificados. Hay que estar en paz con Dios para poderlo alabar con libertad y júbilo. Antes de intentar alabar a Dios, hay que revisar el corazón. Si hay pecado, hay que confesarlo con humildad y propósito de enmienda. Por medio del sacramento de la confesión, el Señor nos aplica el valor de su sangre preciosa y nos habilita para alabarlo con gozo.

 

En un mundo lleno de pesimismo y frustración, el cristiano, que es nueva criatura en Cristo, se siente lleno del Espíritu Santo, que lo induce en todo momento a glorificar a Dios, a alabarlo con gozo como los pastores de Belén después de su encuentro con Jesús. La oración de alabanza es consecuencia de la intimidad con Jesús, que nos llena de su Espíritu y abre nuestro corazón y labios para alabar jubilosamente a Dios en todo momento y en todo lugar.

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