Meditacion-1 En la Biblia hay varias indicaciones de cómo dejarse moldear por el Espíritu Santo para que pueda hacer brotar en nosotros el fruto del Espíritu: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”(Gal 5,22). Nos vamos a referir a tres indicaciones que la Biblia expone para no obstaculizar la obra del Espíritu y permanecer unidos a Jesús para que se manifieste en nosotros, el fruto del Espíritu Santo.

 

1. No estorbar la obra del Espíritu

Hay varias expresiones en la Biblia que señalan en qué forma podemos bloquear en nosotros la obra del Espíritu Santo. San Pablo recomienda: “No entristezcan al Espíritu Santo” (Ef 4, 30), “No apaguen el fuego del Espíritu Santo” (1Ts 5, 19). Entristecer al Espíritu es hacer algo que impide su obra de santificación en nosotros. En el contexto bíblico se entristece al Espíritu cuando hay odio, rencor, rebeldía, malas palabras, falta de oración. El Espíritu Santo es fuego que purifica e ilumina. Cuando hay pecado, cuando no se obedece la Palabra, cuando se desprecian las inspiraciones del Espíritu, se está “sofocando” el fuego del Espíritu. Este es el verbo que emplea el original griego. Se impide que el fuego del Espíritu nos purifique, nos ilumine, nos llene de gozo.

 

San Pedro le dijo a Ananías: “Has mentido al Espíritu Santo” (Hch 5, 3). Ananías y su esposa Safira intentaban aparentar santidad ante la comunidad mientras llevaban en sus corazones un gran pecado. “Mentir al Espíritu Santo” es engañarse e intentar engañar a los demás aparentando santidad, cuando el corazón no está lleno del Espíritu, sino de pecado. San Esteban echaba en cara a los dirigentes religiosos del pueblo judío que sus padres siempre habían “resistido al Espíritu Santo” (Hch 7, 51). Esta expresión indica claramente que podemos bloquear en nosotros la obra del Espíritu. Por eso, un primer paso para favorecer que aparezca en nosotros el fruto del Espíritu es evitar todo lo que pueda “entristecer al Espíritu Santo”, “apagar su fuego”. Todo lo que sea “mentir al Espíritu” o “resistir” a su dulce influencia.

2. Permanecer unidos a Jesús

Por medio de la alegoría de la “Vid y los sarmientos” (Jn 15) Jesús nos indica cómo dar “abundante fruto”, es decir el “fruto del Espíritu Santo”. La alegoría es una “comparación alargada”. Jesús se compara a la vid: nosotros somos los sarmientos, las ramas. Si permanecemos unidos a Jesús como la rama al árbol, vamos a dar mucho fruto. Se permanece unido a Jesús, de manera especial, por medio de la fe, de la oración, de la lectura de la Palabra, de los sacramentos, de las obras de caridad, del apostolado, de la obediencia a sus mandamientos.

 

Jesús también asegura que, si nos desprendemos de él, como la rama del árbol, nos vamos a secar y solo serviremos para ir a parar al basurero, al fuego. En la Nochebuena se ve esplendoroso el árbol de Navidad: adornado con luces de colores y regalos. A los quince días ese mismo árbol está en el basurero: se ha secado. No era propiamente un árbol sino una rama desprendida del árbol: ya no le llegaba la savia y por eso se secó. Sin Jesús no somos nada. Si nos alejamos de la oración, de la Palabra de Dios, de los sacramentos, de las obras de caridad, nos desprendemos de la mano de Jesús y quedamos a merced de las fuerzas del maligno que nos destruyen. Jesús dice: “Mi padre, el Viñador, corta las ramas que no dan fruto, pero si dan fruto, las poda para que den más” (Jn 15, 2). Nos parece lógico que el agricultor corte las ramas que no dan fruto; pero nos extraña que tenga que podar a las que dan mucho fruto. Sin embargo, este es el método de Dios. Por medio del Espíritu Santo nos va “podando” por medio de pruebas, que permite para que seamos purificados, para que sintamos la necesidad de estar cerca de él; para que caigamos en la cuenta de nuestra debilidad. Para que no nos olvidemos de qué barro estamos hechos (Sal 103).Por medio de la “poda”, con su Palabra, que es espada, con las tribulaciones, Dios nos va cortando todo lo que impide nuestro crecimiento espiritual. De esta manera el Espíritu Santo nos va santificando para que aparezca más en nosotros la vida de Jesús, la santidad. Eso es lo que se llama el fruto del Espíritu.

 

3. Sed de las cosas de Dios

 El día de la Fiesta de los Tabernáculos, mientras el sacerdote estaba derramando agua cerca de las gradas del Templo, Jesús se puso a gritar: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba... del interior del que cree en mí brotarán ríos de agua viva” (Jn 7, 37-38). San Juan explica que Jesús se refería al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en él. El Espíritu Santo es comparado por Jesús al agua que purifica y da vida. Jesús advierte que, para gozar de esos “ríos de agua” del Espíritu, hay que tener, en primer lugar, sed de las cosas de Dios: de la oración, de la Palabra, de los sacramentos, de las obras de caridad. Una de nuestras tristes realidades es que tenemos mucha sed, pero de las “cosas del mundo”: diversiones, afanes materiales, placeres, muchas veces pecaminosos; nuestra mente está llena de lo que dice la televisión, la radio y los periódicos. Nuestra manera de hablar y de actuar demuestra claramente que nos falta mucho para que se pueda afirmar que tenemos “sed de Dios”. Es por eso tan necesaria la obra del Espíritu Santo, para que despierte en nosotros el hambre de la oración, de la Palabra de Dios, del servicio amoroso a los hermanos.

 

De nuestra parte, debemos colaborar para que se despierte en nosotros el deseo impetuoso de las cosas de Dios. Primero, apartándonos de lo que nos “mundaniza”, de lo que nos aleja de las cosas de Dios. Luego, dando pasos positivos hacia Jesús, hacia su Palabra, su Iglesia, su comunidad. En el mundo secularizado en que vivimos, si no pertenecemos a una comunidad de oración, de amor, de sacramentos, nos vamos vaciando de espiritualidad y terminamos por ser unos cristianos, no de oración fervorosa sino de una “mecánica devocional”, como llamaba el escritor Papini a muchas prácticas religiosas.

 

Cuando en nuestra oración diaria decimos: “Ven, Espíritu Santo”, sobre todo le estamos suplicando que despierte en nosotros el hambre de la Palabra de Dios, de la oración, del amor a los hermanos. Cuando esta “sed de las cosas de Dios” vaya apareciendo en nosotros, se cumplirá la promesa de Jesús: “Comenzarán a brotar en nuestro corazón los ríos de agua viva del Espíritu Santo”. Cuando esos ríos manan del corazón es porque el fruto del Espíritu ha brotado en nuestra vida.

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