meditacion-1 En la auténtica oración de alabanza no se pretende conseguir nada de Dios. Se le alaba porque el corazón, lleno de fe, siente la necesidad de expresarle su amor, su agradecimiento, su confianza. 

 

La persona que se sumerge en la oración de alabanza centra su atención, no en sus problemas, sino en la bondad, en la grandeza de Dios. La persona que alaba a Dios, casi sin darse cuenta, está abriendo de par en par su corazón para recibir las mejores bendiciones de Dios. La oración de alabanza nació, es Israel, en medio de la batalla. Cuando los guerreros se encontraban nerviosos, ya formados para iniciar la batalla, comenzaban a gritar pregonando la grandeza de Dios, su poder, sus maravillas. Esto les infundía coraje. Al mismo tiempo, tenía un efecto negativo en los enemigos, que se sentían amedrentados ante el optimismo del ejército que se venía contra ellos. Antes de tomar la ciudad de Jericó, el Señor les indicó a los israelitas que debían dar varias vueltas alrededor de la ciudad durante seis días. El último día, todos debían gritar al mismo tiempo. Así lo hicieron los del pueblo de Israel. Adelante iban los sacerdotes con las trompetas de clamoreo, llevando el Arca de la Alianza, símbolo de la presencia de Dios entre el pueblo. El séptimo día, todos gritaron al mismo tiempo. Dice la Biblia que cayeron los muros de Jericó (Jos 6, 20). La oración de alabanza antes de iniciar la batalla no era una súplica miedosa, sino un grito enardecido en que se proclamaba la infaltable presencia de Dios en medio de su pueblo. Era una oración de confianza total en el Dios que no falla.

Nos fijamos en las olas y no en Jesús

Nos parecemos, en ocasiones, a Pedro que centró toda su atención en el rugido de las olas, y se le olvidó mirar a Jesús, que se encontraba frente a él, extendiéndole la mano para que no tuviera miedo.La oración de alabanza nos lleva a clavar nuestra mirada en Jesús, que está frente a nosotros y que nos garantiza que no permitirá que nos traguen las olas del mar. Alabar a Dios es levantar nuestra mirada confiada de fe a Dios y aferrarnos a sus promesas de perdón y de bondad. Todo esto ¿no será una simple autosugestión? Si es una auténtica oración de alabanza, no. 

 

La oración de alabanza nos lleva a ser consecuentes con lo que “intelectualmente” aceptamos y predicamos. Nosotros afirmamos que Jesús resucitado vive entre nosotros. Que nos acompañará hasta el fin del mundo. Que ha vencido al pecado y a la muerte. La oración de alabanza nos lleva a “vivir”, en la práctica, lo que predicamos y decimos que creemos firmemente. Por medio de la alabanza le decimos de corazón a Jesús, como Pedro: “Señor, tú tienes palabras de vida eterna”. Como Pablo, añadimos: “Si el Señor está conmigo, ¿quién contra mí? (Rm 8, 31).

 

Sin fe miramos gigantes

El Señor les había ordenado a los del pueblo que entraran en la tierra prometida, en Canaán. Ellos optaron por enviar espías para que exploraran el terreno. Josué y Caleb regresaron animando a todos a confiar en la palabra del Señor que les prometía su ayuda. Los otros espías lograron convencer a la mayoría de que no intentaran la conquista, pues los habitantes de esas tierras eran enormes gigantes. El pueblo se dejó llevar por la opinión de los pesimistas. No se atrevieron a intentar la conquista, y les tocó vagar durante largos años por el árido desierto. Según algún comentarista, el miedo hizo que los espías vieran a los hombres agigantados. La técnica del espíritu del mal consiste en hacernos “ver gigantes” en todos lados. Quiere atemorizarnos para que no cumplamos las órdenes del Señor. La fe, por medio de la oración de alabanza, nos lleva a echar por el suelo esas barreras, que nos impiden conquistar las ricas promesas que el Señor nos ha entregado. 

 

El que alaba a Dios va repasando, mentalmente, la historia de salvación, que el Señor ha llevado a cabo en su vida. La oración de alabanza nace de la fe, de la experiencia de la bondad de Dios que hemos apreciado en nuestra historia personal. Se alaba a Dios porque se recuerdan las múltiples veces que Él ha intervenido en nuestra existencia con mano poderosa. En nuestra balanza de valores, Satanás va colocando en un platillo el pesimismo para envenenar nuestro corazón. En el otro platillo, nosotros vamos depositando las innumerables veces que hemos experimentado el amor salvador de Dios en nuestra propia vida. La oración de alabanza no es la más común en nuestras comunidades y en nuestra vida personal. 

 

Como Marta, nos inclinamos a intentar “quedar bien” con el Señor a nuestra manera, a base de una oración llena de afanes y preocupaciones. Nos cuesta sabernos sentar, como María, para quedarnos, con fe, meditando en el Señor, contemplándolo. 

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