meditacion-1 Piero Petrosillo apunta: “La fe es una adhesión del hombre a Dios que se revela” . En primera instancia, la fe es un don de Dios mismo, que se nos revela de alguna manera. El día del bautismo se nos regala una medida de fe, como una diminuta semilla, que debe irse desarrollando. Es muy posible que algunos, por falta de un acompañamiento en la fe, todavía tengan la fe como una semilla insignificante, que no se ha desarrollado. En otras personas, en cambio, se puede apreciar una fe ya desarrollada, robusta.

 

La Carta a los Romanos afirma: “La fe viene de la predicación que expone el mensaje de Cristo” (Rom 10.17). Es por medio del oído que Dios llega a nuestro corazón. Dios toca a la puerta del corazón por medio de la Palabra de Dios en la Biblia. Dice la Carta a los Hebreos: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en tiempos pasados por medio de los profetas; ahora, en los últimos tiempos nos habló por medio de su Hijo (Hbr 1,1-2). Es por medio de la Palabra de Dios que Dios mismo se introduce en nuestra mente y corazón. De allí nace la fe en Dios,  que toma la iniciativa de manifestarse para que lo conozcamos. En el Nuevo Testamento, para nosotros la fe viene de creer en Jesús, que es la imagen visible de Dios que es invisible (Col 1.15). Así lo presenta san Pablo a Jesús. La fe nos llega, entonces, cuando aceptamos el mensaje de Jesús y le damos nuestro sí de corazón. Este sí se puede evidenciar en algunos pasajes bíblicos, que nos ilustran esta afirmación de Pablo. La misma Carta a los Hebreos afirma que Jesús es el “autor y consumador de nuestra fe” (Hb 12,2). Por medio de la Palabra, Jesús, por la acción del Espíritu Santo, suscita en nosotros la fe. 

meditacion2 El Libro de Hechos de los Apóstoles narra el caso de un pagano que iba en su carruaje, y que se le ocurrió leer un pasaje de la Escritura, el capítulo 53 del profeta Isaías. El Señor, milagrosamente, le envió al diácono Felipe para que le explicara aquel pasaje bíblico en donde se presenta al Mesías como un Cordero que en silencio va al matadero con los pecados de todos. Cuando el pagano del carruaje escuchó la evangelización de Felipe, tuvo su encuentro personal con Jesús y luego pidió ser bautizado. La fe le llegó por medio de la predicación de Felipe, que le explicó el mensaje de Jesús. 

Otro caso parecido. Lidia se llamaba la mujer, vendedora de telas de púrpura, que, a la vera de un río, estaba sentada escuchando la predicación de Pablo. Dice el texto bíblico que el Espíritu Santo “le abrió el corazón” (Hch 16,14); Lidia se encontró personalmente con Jesús y comenzó a ser cristiana, colaboradora de Pablo. Por medio de estos dos casos se puede apreciar la verdad, que afirma la Carta a los Romanos: “La fe viene de la predicación que expone el mensaje de Cristo” ( Rom 10,17)

  

La Carta a los Hebreos anota: “La fe es garantía de lo que se espera, certeza de las realidades que no se ven”(Hb 11,1). La garantía es un documento que se nos entrega para evidenciar que somos dueños de algo. Para nosotros la garantía de nuestra fe es la Palabra de Dios. Es Dios mismo que nos ha hablado. Esa es nuestra garantía. Estamos seguros de que Dios ha hablado y nos ha dicho que necesitamos  saber acerca de Él. De ahí nace nuestra certeza de lo que creemos.  San Pablo escribió: “No me avergüenzo del Evangelio que es poder de Dios para salvación del que cree” (Rom 1, 16). Esto es, precisamente, lo que se realiza en nosotros cuando abrimos la puerta del corazón a la Palabra de Dios. El Señor hace nacer en nosotros la fe, su poder para salvación del que cree. Nuestra salvación viene cuando le abrimos con fe la puerta del corazón a Jesús para que sea nuestro Salvador y Señor.

 

Mente y corazón

Con respecto a la fe, Pablo expuso una gran verdad para definir cómo debe ser la fe. Escribió Pablo: “Si confiesas con tus labios que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Porque con el corazón se cree para ser justificados, y con los labios se confiesa para ser salvos”
(Rom 10,9-10). El peligro latente es creer que se tiene fe porque se manejan conceptos teológicos. Pablo lo detalla muy bien: la fe no es sólo de la mente. Debe bajar al corazón y luego salir por los labios para ser confesada. Es un ciclo completo.

  

Es muy común el caso del que cree que, porque ha estudiado teología y tiene un título universitario, ya tiene fe. De ninguna manera. Dice Pablo: Con el corazón se cree. La fe debe ser una vivencia espiritual; de otra forma no existe la verdadera fe. Cuando Nicodemo se presentó a Jesús, como teólogo y especialista en la Escritura, estaba seguro de que iba por el camino correcto. Jesús le pasó encima como una aplanadora, cuando le dijo que todo lo que estaba haciendo era “carnalmente”. Que debía volver a nacer del agua y del Espíritu para poder ingresar en el reino de los cielos (Jn 3,3). Nicodemo tuvo que tener una profunda conversión. De creer solo con la mente, tuvo que aprender a creer con el corazón para poder ser justificado. Tuvo que volver a nacer del agua y del Espíritu.

 La Palabra de Dios, primero, llega a nuestra mente; es analizada; el Espíritu Santo actúa para que baje al corazón y luego salga por los labios para ser proclamada. Una fe solo de la mente, racional, no es fe ni nos lleva a la justificación, a ponernos en buena relación con Dios. Por otra parte, una fe solo de corazón, sin haber sido analizada por la mente, se convierte en puro sentimentalismo religioso, que tampoco es fe, ni lleva a la justificación.

  

Nosotros, con respecto a la fe, no hablamos de un “salto en el vacío”. Sería una tontería lanzarse al vacío sin saber a dónde vamos a parar. Nosotros, como Jesús en la cruz, decimos:  “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. No vemos las manos de Dios; pero nuestra fe nos asegura que Dios no nos dejará caer en el vacío de la desesperación. Caeremos en sus manos de Padre.

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