meditacion1 Muy significativa la estampa que muestra San Lucas de Jesús, la primera vez que va a evangelizar: Jesús, en la sinagoga, está con la Escritura en la mano;  comenta el capítulo 61 del profeta Isaías. Por medio de ese texto bíblico, Jesús se presenta como el Ungido por el Espíritu Santo para traer  el Evangelio, para liberar a los oprimidos y para curar a los enfermos. Jesús es la Palabra de Dios que viene a explicar la Palabra: por eso tiene la Escritura en la mano.

Más tarde, Jesús invitará a los expertos en la Escritura a consultarlas; les dirá: “Escrudriñen las Escrituras porque ellas hablan de mí” (Jn 5, 39). Jesús los invita para que lo descubran por medio de las Escrituras. Cuando llega Nicodemo con intención de discutir acerca de asuntos teológicos, Jesús lo evangeliza por medio de la Escritura. Le indica que así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así él tendrá que ser levantado. Y que cuando sea levantado, atraerá las miradas de todos. Por medio de la Biblia, Jesús le explica a Nicodemo su misión redentora con respecto a la humanidad. Le está haciendo ver que la cruz ya estaba profetizada en el Antiguo Testamento.


Jesús se les presentó a los discípulos de Emaús como un viajero anónimo; los encontró desorientados totalmente;  habían perdido la fe. Jesús comenzó una clase bíblica, allí mismo en la calle; dice  el texto bíblico: “Y comenzó desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Ls. 24, 27). Por medio de la Biblia Jesús los fue enfrentando con la realidad profetizada en las Escrituras. También a ellos los ayudó a encontrar la muerte expiatoria del Mesías, y su resurrección, en las profecías de las Escrituras. El resultado fue que a  ellos les “comenzó a arder el corazón”( Lc 24,32): sintieron que les renacía la fe. Por medio de la Palabra de Dios, Jesús los evangelizó  y los hizo tener un encuentro con él resucitado.
Los evangelizadores
Al terminar Jesús su tiempo de evangelización en esta tierra, les ordenó a los que había formado como evangelizadores: “Vayan y prediquen el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15). Para Jesús, Evangelio era todo lo que él les había  enseñado. También les dijo: “Lo que les digo en secreto, proclámenlo desde las azoteas” (Mt 10,27).Un evangelizador es otro Jesús, que con la Biblia en la mano, va a enseñar el Evangelio que Jesús le dejó. El evangelizador, como Jesús con los discípulos de Emaús, se acerca a los desorientados y comienza a explicarles el plan de Dios, consignado en la Biblia, para la salvación de los hombres. Por medio de ese mensaje de poder procura llevarlos al arrepentimiento, a la fe en Jesús.

San Juan, en el Apocalipsis, cuenta una de sus visiones. Se le ordenó que se comiera un libro. Lo hizo. Sintió dulzor en la boca y ardor en el estómago. El evangelizador es el que, antes de pretender llevar el Evangelio, primero ha sido cuestionado por la Palabra - ardor  en el estómago -. Ha sentido también el consuelo de la Palabra - dulzor en la boca -. No puede haber evangelizador, si previamente no se ha “comido el libro”. Si no lo ha digerido. Si no conoce lo que es la purificación de la Palabra de Dios y su poder para salvar. En Pentecostés, Pedro salió a predicar en nombre de la Iglesia. Su discurso fue eminentemente bíblico. La mayoría de los oyentes eran judíos, que conocían las Escrituras y captaban lo que Pedro iba exponiendo. Pedro arranca de un texto del profeta Joel para explicar el derramamiento del Espíritu Santo. De allí expone quién es Jesús a la luz de la Biblia. Para probar la resurrección de Jesús, cita a David que vaticinó la resurrección del Mesías. El resultado de la predicación bíblica de Pedro, fue un gentío que experimentaba punzadas en el corazón. El texto bíblico dice que estaban “compungidos”. Pedro, en ese momento, completó su evangelización haciendo un llamado al arrepentimiento y la aceptación de Jesús por medio del Bautismo ( Hch 2, 14-35)

El diácono Felipe, al ser enviado por el Espíritu Santo para evangelizar a un etíope, comienza por tomar la Escritura que el cortesano de Etiopía no lograba entender, y se la explica. En el capítulo 53 de Isaías le hace encontrarse con Jesús como el Cordero de Dios que viene para quitar los pecados del mundo. Dice el texto: “Felipe, abriendo su boca y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús”. Aquel etíope pidió ser bautizado. Y continúo con gozo su camino para ser un evanglizador en Africa.

En la sinagoga de Antioquía de Pisidia, Pablo es invitado a hacer un comentario bíblico. Ni corto ni perezoso, Pablo comienza desde el Exodo para hacer ver la predilección de Dios por el pueblo judío. Continúa con la historia de salvación hasta presentar la figura de Jesús muerto y resucitado. Para probar la resurrección de Jesús, echó mano del capítulo 53 de Isaías; presentó a Jesús como el Cordero de Dios que viene a quitar los pecados del mundo. También citó el salmo 16. La crónica de Lucas apunta: “Los gentiles le rogaron que el siguiente sábado continuara (Hch 13,42). San Mateo, en su evangelización, se dirigió de manera especial a los judíos. Por eso procura que todo lo que narra acerca de Jesús, esté avalado por las Escrituras. San Mateo, en su Evangelio, repite mucho el mismo estribillo: “Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice....”. Para San Mateo era muy importante que los judíos, que conocían las Escrituras, encontraran a Jesús en la Palabra de Dios. San Juan, como evangelizador, quiso esbozar su experiencia acerca de Jesús. Dejó consignadas en su evangelio las líneas clave para que sus lectores, como él, pudieran tener un encuentro personal con Jesús. Hacia el final de su Evangelio, escribió: “Estas (cosas) se escribieron para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengan vida en su nombre (Jn 20,21).

El valor de la Palabra de Dios
El gran predicador San Juan Eudes decía: ¿”Por qué habiendo tantos predicadores hay tan poquitos cristianos que se conviertan y se dediquen a la santidad? Por dos razones: la primera: porque los cristianos no se dedican a escuchar la Palabra de Dios con las debidas disposiciones. Y la segunda: porque muchos predicadores hablan movidos por motivos terrenos, predicándose a sí mismos  y no a Jesucristo. Alimentan con sutilezas y mundanalidades la curiosidad de los espíritus, pero no les proporcionan el pan de la doctrina cristiana y  celestial”. La tentación del evangelizador sigue siendo querer “quedar bien” con el mundo. Hablar de lo que le gusta. Pero Jesús nos envió a predicar nada más que su Evangelio; a gritar desde las azoteas lo que él enseñó. Los evangelizadores somos heraldos de Jesús: el mensaje no es nuestro; es de nuestro Señor que nos envía. Somos, nada más, sus micrófonos, sus altoparlantes.

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