Educar como DB1 Sophie Una de las riquezas mejor estudiadas y más misteriosas del cuerpo humano es su sistema inmunológico, una fuerza para defenderse de los ataques de las circunstancias negativas.

Esta fuerza, que ha sido definida como resiliencia, no es una simple resistencia pasiva sino, sobre todo, una capacidad para enfrentar las dificultades y reconstruir los fracasos.

Los recursos y defensas son diferentes en cada persona, y buena parte de ellos están escritos ya en el propio patrimonio genético. Pero siempre son “educables”. A lo largo de la vida pueden desarrollarse, reforzarse o debilitarse según las experiencias vividas en los primeros años. No se puede pensar en la fortaleza de ánimo como algo que es o que no es, sino como resultado de un proceso de crecimiento en el que intervienen numerosos factores.

Los apoyos sociales
El primero es indudablemente un buen ambiente. Que se construye con aporte de la familia, de la escuela, del barrio, de los vecinos y las personas cercanas, etc., y que es como un puerto seguro para las naves. El apoyo social siempre tiene efectos positivos. Los lazos sociales y de amistad constituyen un factor protector fundamental. Una persona está satisfecha cuando se siente reconocida, aprobada, soportada, y tratada con gentileza por aquellos con quienes convive.

Naturalmente, los padres son las personas más importantes para educar una verdadera fortaleza de ánimo, sobre todo si ayudan a los niños a mirar el mundo que los rodea, dan valor al desarrollo del pensamiento lógico, los ayudan a reaccionar frente al stress, a enfrentar las frustraciones, dolores, miedos, y sobre todo, a alcanzar un justo equilibrio entre dependencia e independencia. Los hijos necesitan espacios de juego, imaginación y pensamiento propio que les garantice un potencial creativo. Los jóvenes de hoy crecen con el “corte y pegue”: copian, reproducen, imitan. Están poco inclinados a la creatividad y a la proyección, elementos que los ayudarían a enfrentar los cambios y las dificultades.


Actitudes proactivas
Los padres tienen que transmitir a sus hijos actitudes proactivas. Las personas con actitudes proactivas saben mirar hacia adelante y con perspectiva. Saben perfectamente que la realidad es lo que es y no lo que a ellas les gustaría que fuera. Es lo contrario de la actitud retroactiva, que es la actitud de quienes viven refugiados bajo la bandera del “Ah, si...” la de quienes tienen la impresión de que el mundo entero está coaligado contra ellos, que el ambiente no les permite progresar y afirmarse, y hace todo lo posible para anularlos.

Las personas con actitudes proactivas están predispuestas a aceptar los cambios y a aceptarlos para que, cuando lleguen, no se sientan desplazadas. Están en la cabina de pilotaje de sus vidas, tienen en cuenta las características del aparato que dirigen, el boletín meteorológico, la propia experiencia de pilotos, los objetivos, y también la necesidad, alguna vez, de modificar el plan de vuelo.

Los padres tienen que cultivar en sus hijos, la tendencia a dejarse implicar. Tienen que acostumbrarlos al compromiso, a la participación, a ir hasta el final, a comprender, a ser activos. A no asustarse por las dificultades, a no abandonar tan fácilmente la lucha, a no dejarse dominar por una excesiva preocupación por sí mismos, que al final los hace vulnerables.

Para que haya compromiso tiene que haber objetivos, metas a alcanzar, cosas por las cuales luchar, valores en los cuales creer. Obviamente, nadie se puede comprometer sin haber encontrado antes un sentido a lo que hace o a lo que se va a dedicar, y sin haber conseguido que los valores en que cree hayan asumido una importancia prioritaria.


La mentalidad resiliente
El primer signo de una mentalidad resiliente es la manera de enfrentar los errores. Que tienen que se considerados ocasiones para aprender, y jamás juicios definitivos. Los buenos padres y los buenos educadores saben aprovechar el aspecto positivo de los errores en lugar de transformarlos en acontecimientos deprimentes.

Si el educador se limita a señalar los errores sin indicar los métodos para superarlos, los errores revivirán mucho más fácilmente como humillaciones. Aprender a andar en bicicleta exige pruebas y ejercicio. No hay que desanimarse enseguida.

En esto, el ejemplo ofrecido por los padres y las expectativas que tienen sobre sus hijos son fundamentales. Muchos niños están convencidos de que sus padres solo los aceptarán si consiguen éxitos y triunfos, y esto se convierte en algo angustiante, especialmente si los padres y educadores tienen expectativas que ellos no pueden llegar a satisfacer. Sucede a menudo en el deporte o en la escuela. No hay nada más terrible para un hijo que creer ser una desilusión para sus padres.

Un hijo crece “fuerte” si encuentra y puede desarrollar una fuente de seguridad que se alimenta con la autoestima, la confianza en las propias posibilidades, la estabilidad emotiva, el conocimiento y aceptación de las normas de comportamiento, la confianza en la observancia de las reglas por parte de los demás, la capacidad de colaboración, y una alta dosis de tolerancia, empatía, comprensión y capacidad de perdón en la relación con las personas que le rodean.

La fortaleza de ánimo es un sostén que no aleja el lenguaje de la afectividad; al contrario, pide mucha confidencia y confianza recíproca, para que pueda resultar creíble la idea de que no se es fuerte cuando se pone a acallar el corazón, sino cuando se le escucha con atención para comprender mejor cómo entrar en sintonía con las fuerzas constructivas de la vida.

Hay, todavía, otros dos elementos que pueden ser esenciales: los “Ángeles custodios” y la fe. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su edad, están mucho más contentos, optimistas y en paz consigo mismos si saben que tienen cerca personas dispuestas a ayudarlos en los momentos difíciles.

Estas personas de confianza constituyen una base segura de donde sacar energía y fortaleza para enfrentar las situaciones de la vida. Personas que pueden comprenderlos y sostenerlos cuando se sienten aislados, marginados o desaprobados. La fe religiosa fortalece la base firme de la esperanza radical, de la posibilidad absoluta del universo y de la compañía afectuosa de Dios y de la comunidad.

 

Compartir