lilibella El niño dibujaba con mucho interés. El maestro se le acercó y le comentó: “Tu dibujo es muy interesante. ¿A quién representa?”. “Es un retrato de Dios”, respondió.” Pero nadie sabe cómo es Dios”, insinuó el maestro. “Cuando termine el dibujo, todos lo sabrán”, insistió el niño con mucha seguridad.


Presencias y ausencias de Dios
Los niños saben cómo es Dios, aunque muchas veces, en pocas semanas, los adultos se los hacemos olvidar. Ellos tienen derecho a la educación religiosa. La familia es la matriz espiritual, una especie de sello indeleble de los significados espirituales de la existencia. En ella, los niños aprenden el “sabor” de conceptos y actitudes profundamente espirituales como la acogida, la escucha, el perdón, el consuelo, la comunión, la bendición, la gratitud, el sacrificio... que serán indispensables para conformar una gramática de la religión.
La expresión tan frecuente: “mi hijo tiene que poder decidir más tarde por sí solo qué religión quiere elegir”, es una expresión totalmente equivocada desde el punto de vista psicológico y evolutivo. Los niños participan del lenguaje de los padres, y también de sus ritos y de todo lo que para ellos es importante. Participan especialmente en la comunicación y en la vida cotidiana normal.

Cuando leer con ellos una historia bíblica o recitar una breve oración forma parte de la vida cotidiana, los niños van aprendiendo de manera muy sencilla, y sin mayores dificultades ni esfuerzos, a ser personas capaces de hablar el lenguaje religioso. La actitud de dejar que decida por sí solo más adelante lo priva de las oportunidades de formarse una competencia lingüística religiosa, le impide desarrollar una base religiosa a partir de la cual, más tarde, podrá realmente comprender qué significa una elección religiosa. Un niño al que se le impide desarrollar la sensibilidad por la presencia de Dios no será capaz de elegir. Y sobre todo, una vez más, en un campo tan delicado de la vida, otros habrán decidido por él.


¿Quién enseña a quién?
Muchas veces me he preguntado: ¿dónde está escrito que los adultos tienen que hablar de Dios a los niños, y no al contrario? ¿Estarán convencidos de que la búsqueda de la verdad es un trabajo solo de ellos? No es sabio ni justo dar por descontado que los niños no pueden mirar la vida con una mirada realista.

Es cierto que a veces los padres tienen que “mentir” sobre la realidad y sus tragedias pero, ¿por qué tienen que trampear también sobre Dios, que es lo más hermoso que se puede imaginar, desear, amar? Quizá el problema es que los padres proyectan sobre los hijos sus propias inseguridades y temores, especialmente cuando se dejan llevar por la imposible pretensión de racionalizar todo. Y como venimos de una larga historia de conflictos entre fe y razón, concluyen que es mejor contar fábulas y mentiras antes de afrontar las preguntas religiosas de manera serena y, sobre todo, seria.
Los niños comprenden nuestras dificultades y nos “siguen la corriente”.

Por un tiempo parece que creen todo lo que les contamos, pero después nos desorientan. A los seis años provocan con la pregunta fatídica:”¿Pero a Dios quién lo hizo?; a los ocho, nos cuentan que la maestra de historia explicó la diferencia entre las teorías científicas sobre el origen del mundo y la tradición que está escrita en el Génesis; y así continúan hasta que a las puertas de la adolescencia deciden tirar por la borda la religión y todas sus verdades.


Los caminos de conocimiento religioso
El principio general de que “los niños aprenden solo lo que viven” vale también para la religiosidad.

El conocimiento religioso se desarrolla en tres campos. El primero pasa a través de la observación y la imitación. Hay que recordar que, desde el punto de vista teológico y psicológico, la imagen de Dios como plenitud y como totalidad, siempre va a permanecer incomprensible e inalcanzable para la persona humana. Pero la influencia de los padres para el nacimiento y desarrollo de la imagen de Dios en sus hijos es decisiva. Sobre todo, la relación padre-hijo, que se traslada a la relación con Dios.

También la autoestima, que tiene sus raíces en la familia, se refleja especialmente en la relación con Dios. Un niño que jamás ve rezar a su mamá y a su papá, es muy difícil que rece.
Es muy importante que los padres tengan clara su propia imagen de Dios. Ellos son responsables de no engañar a sus hijos, mostrándoles una imagen de Dios enemigo de la vida y del amor, y dañándolos de esa manera desde el punto de vista psicológico. Los niños necesitan una relación con Dios, no una ideología sobre Dios. Y muchas veces reciben imágenes diabólicamente deformadas y fuertemente neurotizantes de Dios: el Dios juez que castiga, el pérfido Dios de la muerte, el Dios que contabiliza y legisla, el Dios que exige un alto rendimiento, el Dios que vende a alto precio sus favores, etc.

Los iconos positivos de Dios son diferentes: el Dios que ha creado a cada uno a su imagen y le da la vida en plenitud, el Dios que acompaña y protege la vida de la persona humana como “buen pastor”, el Dios que se ocupa de todos como un padre “materno”, el Dios que sufre con los hombres y los libera por el sufrimiento y la muerte.

El segundo campo es el encuentro personal. Dios ha querido darse a conocer a los hombres en su hijo Jesús. La fe comienza siempre en un encuentro personal con Él. La religiosidad se va adquiriendo en base a modelos y a través de la enseñanza y el acompañamiento. Los niños tienen derecho a saber y comprender, a conocer la historia de Jesús, sus palabras, las reflexiones y la tradición de la comunidad de los creyentes. Y a ser “ iniciados” en una vida “con Dios adentro”.

El tercer camino para aprender la religiosidad pasa por la seguridad que viene de la aprobación de los demás y por las confirmación social. la seguridad interior y el auténtico conocimiento religioso crecen no sólo a través de los padres, sino también a través de la relación de los niños con la comunidad de los creyentes y con sus actividades. En este contexto, la iglesia tiene una gran importancia como comunidad creyente; sin otras personas que recorren el camino hacia Dios junto a Jesús, la fe cristiana no se puede experimentar ni puede crecer.

La confirmación social derivada de las oraciones y celebraciones que se realizan en los templos, grupos u oratorios, hace aparecer plausible y digno de ser vivido lo que los padres y catequistas transmiten a los niños. Pero la comunidad también puede engañarlos. Muchas celebraciones religiosas se hacen de tal manera que padres e hijos no entienden prácticamente nada y están a disgusto. Detrás de ese modo de actuar está la idea de que los niños tienen que adaptarse a las formas religiosas de los adultos.


Todavía hay “discípulos” que siguen sosteniendo que los niños molestarían a Jesús. Pero, Él sigue repitiendo: “Dejen que los niños vengan a mí”.

 

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