Proyectar y mantener un lugar adecuado para el estudio. Foto: CDB/ESA El buen rendimiento escolar es como el “as en la manga” de la felicidad familiar. Don Bosco decía que el corazón de los jóvenes tiene una cerradura que se puede abrir solo desde dentro, y que los educadores tienen que esperar con paciencia que la puerta esté semiabierta para lograr un contacto efectivo eficaz. 

La motivación para estudiar es algo que tiene que resolverse en primera persona. Ni padres ni maestros pueden “entrar en la cabeza” de sus alumnos y sustituir sus capacidades intelectuales. Pero pueden sostener y orientar la disponibilidad para aprender de otras maneras.

Howard Gardner, el célebre profesor de Harvard, afirma que para poder “sobrevivir” en este siglo se necesitan cinco contactos mentales. El primero, indispensable para cualquier éxito escolar, es la mente disciplinada. Si queremos, el más clásico, pero absolutamente necesario junto a la mente sintética y a la mente creativa. Y hay otros dos, que Gardner define “no como opciones sino como necesidad”: la mente respetuosa, es decir, la capacidad de saber aceptar las diferencias, y la mente moral, que tiene en cuenta las necesidades y los valores de todos. Puede parecer repetido, pero es fundamental que los niños, adolescentes y jóvenes tengan una “cabeza bien formada” y no que aprendan cualquier cosa.

Aquí presento algunas sencillas sugerencias para que los padres puedan ayudar a sus hijos en este desafío cotidiano.

Dar buen ejemplo. Uno, o preferiblemente ambos padres, con su manera de vivir y realizar su profesión, tendrían que ser un buen ejemplo de la productividad que esperan de sus hijos. Los hijos tienen que ver a sus padres empeñados seriamente en sus actividades laborales, en casa o en el trabajo, y necesitan modelos de productividad que sean atrayentes.

Proyectar y mantener un lugar adecuado para el estudio. En un mundo ideal, los hijos deberían tener su propio lugar bien organizado. Cada hijo debería tener un rincón aunque sea pequeño, para sus “útiles de trabajo”, que tienen que estar siempre limpios y ordenados.

Establecer horarios regulares para el estudio y hacerlos respetar. La regularidad es un elemento fundamental para educar en el buen uso del tiempo. Así como muchas personas dedican una buena parte de su jornada a la actividad física, los niños necesitan también momentos dedicados a ocupar la mente. Es muy importante ayudarlos a ordenar su tiempo, a establecer prioridades y a saber respetarlas, tanto en la escuela como en la utilización del tiempo libre.

Hacer una alianza. En esta etapa de la vida, es muy importante que los adultos respeten la libertad de sus hijos, pero tienen que manifestar continuamente que están interesados por lo que ellos están haciendo o viviendo: “Sabes que estoy aquí, puedes contar conmigo. No estoy aquí para juzgarte o para darte un sermón. Estoy de tu parte, quiero ayudarte, darte consejos y escucharte. Dime cómo puedo hacerlo”.

Valoraciones y refuerzos positivos. Con la valoración y los elogios, los padres pueden ayudar a sus hijos a vivir su responsabilidad de estudiar de manera menos abrumadora. Tendrían que valorar a sus hijos delante de otros adultos: no hay que olvidar jamás que los hijos, generalmente, saben que sus padres los quieren, pero no siempre están tan seguros de que los respetan o se enorgullecen de ellos delante de sus parientes y amigos. Los niños y adolescentes tendrán así la seguridad de estar haciendo cosas que son valoradas por las personas que valen más para ellos. No está mal apoyar todo esto con incentivos y estímulos, también materiales. Después de todo, se utilizan recompensas análogas para incrementar la productividad de los adultos. Es fundamental que los hijos comprueben que el esfuerzo siempre es reconocido, valorado y premiado.

Los padres entrenadores de la mente de sus hijos. Muchos pagan entrenadores para hacer gimnasia y mantenerse físicamente en forma. En la medida de lo posible, los padres tienen que ser los entrenadores personales de la mente de sus hijos, estimulando su creatividad y su intuición. Aprender a hablar y a escribir con espontaneidad y desenvoltura, por ejemplo, desarrolla y promueve los engranajes del cerebro, refuerza la memoria y el lenguaje, exige atención a los detalles, favorece la capacidad de resolver problemas y otras importantes funciones cerebrales, armonizándolas entre ellas.

Curar las heridas psicológicas. Muchos niños y adolescentes cargan encima pesos inútiles y etiquetas pesimistas, sin llegar a descubrir realmente cuáles son las dificultades que tienen que enfrentar para poder terminar un trabajo, y a menudo comienzan a pensar que son retardados o culpables. Conozco muchos niños que se convencieron que son haraganes, aunque ningún adulto los ha acusado jamás de ser perezosos. Estos autodiagnósticos negativas son muy desestimulantes y, a menudo, causan graves complicaciones. Ayudar a un niño a comprender sus propios problemas evita que comience a caer en una espiral de errores y en problemas de autoestima que le traerán sufrimientos inútiles. Hay que ayudar a los niños a ir creando sus  propios “controles de calidad”.

Procurar limitar los efectos negativos de la presión social de sus pares. En general, las amistades son positivas para el crecimiento y el desarrollo de los niños y adolescentes, pero a veces también pueden dificultar o llegar a impedir su expresión individual. La influencia de los pares puede llevar al conformismo o a una excesiva uniformidad, y puede empujar a la mediocridad a quien tiene una excesiva necesidad de ser aceptado y querido. Para muchos, el límite entre la amistad y la sumisión del grupo es muy frágil.

Una ética del trabajo y de la responsabilidad. Es la alienación de la vida real, hecha de compromisos, responsabilidades y fatigas. Los niños y adolescentes con una mente “muy preocupada” corren el riesgo de perder el respeto de sí mismos, y se exponen peligrosamente a desarrollar comportamientos equivocados, a perder motivaciones y ambiciones, a tener un interés obsesivo por la propia vida social, y a todo tipo de nimiedades que les ofrece la sociedad de hoy.

Desarrollar una mentalidad proyectual. Es decir, creer que es posible obtener resultados útiles y gratificantes cuando las propias acciones se planifican bien y a  largo plazo. Significa, sobre todo, proponerse concretamente metas atrayentes y apuntar a alcanzarlas con esperanza y optimismo. El pesimismo es un enemigo letal para todo rendimiento escolar.

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