RM1 En un tiempo en el que en tantas partes del mundo parecieran nublarse el horizonte y el futuro, podemos ser como aquella joven mujer que fue capaz de cambiar el mundo y que, una vez cómplice del Espíritu, ayudó a los discípulos para que ellos también lo fueran.

 

Les escribo este mensaje desde la cuna de la salesianidad, el lugar donde todos nosotros nacimos a la vida salesiana: Valdocco.

Aquí, en este lugar físico, histórico y teológico, todo nos habla de Don Bosco y de María Auxiliadora. En estos mismos patios, seguramente bajo las baldosas que hoy los cubren, jugaron y caminaron no solo Don Bosco, sino también Mamá Margarita, Domingo Savio, Miguel Rúa, monseñor Cagliero y una lista interminable de muchachos que luego fueron salesianos, que creyeron en este sueño y fueron “cómplices” e intérpretes del mismo.

Celebrando la Eucaristía en esta bella basílica, que nos regaló Don Bosco como herencia de su fe y su carisma, he sentido cómo esta iglesia se transforma en un cenáculo donde María, en medio de nosotros, garantiza la presencia del Espíritu, ora junto a nosotros y nos anima a estar abiertos a sus dones. Ella es la mejor garantía para encontrarnos con el Espíritu de Dios.

María es la joven virgen de la Anunciación y la virgen-madre que se hallaba con los apóstoles en Pentecostés. Ella fue protagonista en estos dos momentos inéditos en la historia del hombre y de toda la creación. La Anunciación y Pentecostés son los dos momentos excepcionales, solemnísimos, donde el protagonista central es el Espíritu de Dios en persona y, con Él, la plenitud del Dios Trino y Uno. Dos momentos que ponen en evidencia la cercanía única entre el Espíritu Santo y María, la madre de Jesús. Esto lo sabía bien Don Bosco y lo vivía con profunda convicción, hasta tener la absoluta certeza de que, justo por esta razón, “ella lo ha hecho todo”.

Es esta la realidad fascinante de nuestra condición de creyentes y de nuestra devoción mariana: María, una joven mujer, una muchacha, se dejó no solamente guiar sino habitar por el Espíritu, y cambió radicalmente la historia del mundo. Ella se hizo cómplice del Espíritu y así vivió su vida.

Contemplemos cuán poderoso puede ser un “Sí”, un “Hágase”, y no tengamos miedo de decir “Sí” al Señor de la Vida y volvernos cómplices, también nosotros, del Espíritu del Señor. Veremos que nuestra vida, aunque no exenta de dificultades, se vuelve una vida que vale la pena ser vivida.

El otro momento en el que María está presente en modo significativo es Pentecostés. En este caso, la Escritura no nos presenta palabras de María, pero sí su presencia, su compañía y su ánimo en la oración. Ella se encuentra ahí, con los apóstoles todavía desesperados, tristes y desanimados, asustados y encerrados por temor, para darles fuerza como una mamá al lado del hijo que sufre.

Y ora. Pero lo que los apóstoles no sabían todavía es que con ella el Espíritu está asegurado, porque ella es su “cómplice” y su garante. Una vez el Papa Benedicto XVI expresó con gran convicción: “En cualquier lugar donde los cristianos se reúnen en oración con María, el Señor dona su Espíritu”.

Queridos todos: vivimos en un tiempo donde en tantas partes del mundo parecen nublarse el horizonte y el futuro, y en tantas familias y comunidades todo parece enredado y hacen faltan la sonrisa, el placer de la vida juntos, con ternura y amor.

En este tiempo, que no es tan diverso de otros del pasado, podemos ser como aquella joven mujer, aquella muchacha, que fue capaz de cambiar el mundo y que, una vez cómplice del Espíritu, ayudó a los discípulos para que ellos también lo fueran. Por eso ella es Madre y Maestra.

Don Bosco entendió muy bien cómo la Virgen nos puede ayudar a estar abiertos al Espíritu, que nos transforma en valientes discípulos misioneros de Jesús, el Señor.

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