EF1 Creo que todos o la mayoría de los que tenemos hijos (sean estos propios y/o de nuestras parejas, como en mi caso) queremos que ellos sean personas correctas, llenas de virtudes como la justicia, amor, generosidad, responsabilidad y otro montón más. Y he comenzado a descubrir que las recompensas que les doy luego de algo bien hecho son una clave que me puede ayudar a conseguirlo.

Como bien sabemos, todo lo que hacemos está motivado siempre por algo: Queremos estudiar para ser profesionales y así satisfacer un área individual importante y de paso tenemos más oportunidades de conseguir un trabajo bien remunerado que nos permita salir adelante con nuestras necesidades.

La diferencia está cuando eso también lo podemos unir a la satisfacción de favorecer a alguien más y no solo a nosotros mismos y, mejor aún, ser felices de esa manera. Y es allí donde quiero que estén mis hijos, en ese grupo de personas que no solo trabajan para sí, sino que en cada esfuerzo diario puedan incluir el bienestar de otras personas. Además, estoy convencida de que eso se puede lograr, no solo en el trabajo social o de beneficencia, sino en las cosas que hacemos cada día.

Eso nos ha hecho reflexionar en la manera en que recompensamos a nuestros hijos por sus actos. Si el hijo mayor ayuda a papá a lavar el carro no es buena idea ofrecerle cada vez 25 centavos de dólar. ¿Qué vamos a hacer cuando esté más grande y ya no quiera ese cuarto de dólar sino un sofisticado teléfono móvil o un carro? Peor aún, le estaremos enseñando que el dinero es mucho más valioso que compartir un momento divertido con su papá o ayudar en una tarea de la casa. Si los acostumbramos a que deben ser los mejores en todo lo que hacen: estudios, artes, deportes, corremos el riesgo de que les guste pensar únicamente en ellos y que sean egoístas.

De allí la importancia de enseñarles la satisfacción de dar en cada una de esas situaciones. Esa motivación es la que estamos tratando que no nos falte en casa. Por ejemplo, si hay buenas notas, la alegría personal y de los papás es suficiente recompensa. Luego decidiremos entre todos qué hacer: si nos tomamos una tarde para ir al parque o cenamos juntos para terminar de festejar.

En resumen, lo que queremos es enseñarles a satisfacer las necesidades materiales en los límites justos, sin excesos ni superficialidades; a disfrutar aprendiendo más, estudiando o desarrollando un arte o deporte, pero sin soberbia ni egoísmo que los ponga por encima de los demás y, lo más importante, a no vivir como si las demás personas no existiesen. Es decir, aprender a satisfacer las necesidades de otras personas, y que éstas sean tan válidas como las nuestras.

Por supuesto que el mayor trabajo está con los más grandes del hogar, porque el ejemplo de los padres es la motivación más importante. Así que, a educarnos, porque nunca es tarde para comenzar y poner empeño en alguna cosilla que tenemos por allí pendiente de arreglar.

Compartir