cafe Trescientos líderes para cincuenta y cuatro comunidades podría parecer demasiado. Aún así faltaron bastantes a la reunión por motivos razonables. Allí estábamos desde las nueve de la mañana hasta casi la una de la tarde.

Señoras y señores maduros y otros jóvenes, ellos y ellas. Cada uno con una tarea específica de animación pastoral en sus propias comunidades. La reunión era dirigida por una señora quien, con tino y calma, lograba mantener un ritmo impecable.

Los servicios de animación son numerosos: escuela dominical para niños, catequesis de bautismo, primera comunión, confirmación, matrimonio; pastoral juvenil; animación litúrgica y musical; lectores y ministros de la eucaristía. Todos estos servicios en cada una de las cincuenta y cuatro comunidades.

El desarrollo de la sesión transcurre ordenado y vivaz. Todos participan en espíritu creativo y respeto mutuo. Se pasa revista a cada servicio de animación, lo que deja ver un alto sentido de responsabilidad de estos hombres y mujeres. Se respira un ambiente de familia grande.

Yo, sacerdote, participo discretamente. Presento lo que me corresponde, y el resto es llevado serenamente por los dirigentes con participación madura de todos los asistentes.

Es la reunión bimensual de un sector de la parroquia salesiana de San Pedro Carchá, en Guatemala. Así funcionan los otros siete sectores de esta parroquia misionera salesiana. Con el paso del tiempo se ha ido formando un laicado maduro y responsable, con mucha autonomía. Sin ánimo de menoscabar, se podría decir que, mientras en el común de las parroquias conocidas los laicos ayudan al sacerdote, en nuestra inmensa parroquia indígena son los sacerdotes quienes ayudan a los laicos.

Tal vez la expresión “Concilio Vaticano II” no les evoque gran cosa a estas maravillosas personas. Pero el modelo de iglesia local propuesto en ese concilio ha venido cobrando rasgos prometedores.

 

 

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