El carácter aparentemente contradictorio de la muerte. Foto por mohamed Nohassi. El carácter aparentemente contradictorio de la muerte. Por un lado, la muerte es un hecho natural, pues el hombre está sometido al ciclo biológico; pero, por otro lado, la muerte es antinatural pues la inteligencia y voluntad, al ser espirituales, no mueren junto con el cuerpo.

La dependencia que tienen los animales, respecto de su cuerpo material es total, ya que todas sus operaciones dependen del cuerpo.

Sin embargo, en la persona, la inteligencia y la voluntad se apoyan en una base espiritual que no es afectada por la corrupción y que permanece después de la muerte: es el alma espiritual.

La muerte sigue siendo un misterio para la razón humana. Pero aquí es donde la fe cristiana arroja un poco más de luz.

La muerte vista desde la Revelación cristiana. El filósofo alemán Manuel Kant, para mostrar la inmortalidad del alma recurre a la necesidad de que en la otra vida se restablezca la justicia que no se da en esta vida. Aquí el hombre honrado no es premiado por sus méritos, mientras que el criminal puede quedar impune. Debe existir otra vida donde cada ser humano reciba el premio o castigo por el bien o el mal realizado en esta tierra.

Esto nos hace pensar que la muerte para el hombre no ha sido ‘planeada’ desde el principio del universo. Por el contrario, la muerte ha sido provocada por el ser humano. La muerte es la consecuencia de los actos irresponsables del ser humano. Es lo que el cristianismo llama ‘pecado original’.

La fe cristiana afirma que, tras la muerte, el hombre dará cuenta de sus actos al Creador. Resulta así que el mal absoluto es la condenación eterna, mientras que la vida verdadera es la ‘Vida eterna’. Todo lo demás es un mal relativo, incluida la muerte física. La muerte física no es el final del camino, puesto que hay resurrección.

El alma puede existir separada del cuerpo. Pero estar sin cuerpo es contra la naturaleza del ser humano. La inmortalidad de las almas exige la futura resurrección de los cuerpos. También aquí viene en nuestra ayuda la Palabra de Dios.

La separación de alma y cuerpo es provisional ya que el alma volverá a unirse al cuerpo resucitado cuando llegue el fin del mundo. De esta manera la persona humana vuelve a ser la unión íntima de alma y cuerpo por toda la eternidad.

La felicidad y el sentido de la vida. Solo si la persona humana alcanza la vida eterna, todo habrá merecido la pena; mi vida habrá tenido sentido. De otro modo, la persona se verá frustrada por toda la eternidad.

Mientras que los demás seres vivos cumplen por instinto su finalidad (inconscientemente), el ser humano se ve obligado a descubrir el sentido de su propia existencia. Debo descubrir para qué estoy en este mundo; para qué vivir. Como la persona humana no se ha dado a sí misma la vida, tiene sentido dirigir al Creador esta pregunta sobre el sentido de la vida.

Lo que da sentido a la vida es la consecución de la felicidad, entendida como la satisfacción plena y definitiva de las tendencias y deseos más profundos del ser humano. La felicidad es vivir la posesión plena y perpetua del Sumo Bien: amor, justicia, verdad, libertad, paz, vida.

En la filosofía moderna muchos se conforman con ‘disfrutar el presente’: ‘Comamos y bebamos que mañana moriremos’.

Pero ¿qué viene después? La nada. Para ellos no hay esperanza futura.

El ser humano no puede dejar de buscar la felicidad. En el fondo sólo nos consideraremos felices cuando estén satisfechas todas las aspiraciones del corazón, y para siempre, sin posibilidad de perderlas.

La posesión plena del Bien no es posible en esta vida, y por eso estamos siempre insatisfechos. Solo la posesión total del mayor Bien, es decir Dios, es capaz de apagar el deseo de felicidad humana. Como dice San Agustín: “Nos has creado para ti, Señor. Y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

 

Artículos relacionados:

Compartir