¿por qué ser bueno cuando ello no redunda en mi propio interés material? ¿Por qué actuar moralmente cuando ello exige sacrificios, quizás incluso el sacrificio de la propia vida? Se ha intentado desde el s. XVII una moral laica: un orden moral que se apoya no sobre la voluntad divina, sino exclusivamente sobre la razón humana. Como si Dios no existiera.

Por un tiempo, los impulsores de la secularización pensaron que los valores de fraternidad, dignidad humana, derechos humanos, libertad, etc., podían sobrevivir, aunque se les privara de su raíz religiosa. No cayeron en la cuenta de que esos valores (igualdad, fraternidad, libertad) son judeo-cristianos. Hubo que esperar a Hitler, Stalin, Singer (líder abortista), con sus atrocidades, para desengañarse al experimentar las consecuencias ‘éticas’ del secularismo: Guerras mundiales, armas nucleares, exterminio de pueblos, holocausto, abortos por millones.

Si mis semejantes son pura materia, sin alma espiritual que los hace imagen de Dios, si son una especie de animal más evolucionado, producto casual de una evolución ciega, ¿por qué debo respetarlos? ¿Por qué debería considerarlos hermanos, si no tenemos un Padre común? ¿Por qué debería yo respetar tus juicios y tus opiniones particulares que son propios de tu cultura, la cual tú mismo dices que es relativa?

Por eso, con las guerras del siglo XX, se cumple la trágica profecía de Nietzsche: “La muerte de Dios, trae como consecuencia la abolición del hombre”. Lo cual es lógico por haber arrebatado al hombre su condición de ‘imagen de Dios’, que es lo que explica su dignidad y sus derechos. Para el materialismo, el hombre no es una realidad distinta de los demás seres vivos, por lo que no deberá recibir un trato especial.

Peter Singer considera más digno de respeto un orangután sano que un bebé minusválido. Vemos que la ética ha perdido su fundamento. ‘Si Dios no existe, todo está permitido’ (Dostoyevski). En efecto, ¿quién tendría derecho a pedirnos cuentas?

Se plantean preguntas tales como ¿por qué ser bueno cuando ello no redunda en mi propio interés material? ¿Por qué actuar moralmente cuando ello exige sacrificios, quizás incluso el sacrificio de la propia vida? El agnóstico honesto reconoce que no tiene una respuesta. Si toda la vida humana desemboca en la nada, ¿por qué no concluir ‘comamos, bebamos y divirtámonos, que mañana moriremos’?

La frase de Kant ‘hay que tratar a los hombres como fines’ solo en el cristianismo encuentra un fundamento: el hombre no es un conglomerado casual de células, sino un espíritu inmortal, creado a imagen de Dios, con el fin de entablar con él una alianza amorosa. Por eso el hombre tiene dignidad y se debe respetar.

Para la visión materialista, en el principio existía la materia y el azar o la casualidad. En cambio, para la visión cristiana en el principio existía un Dios personal, racional y libre, que puede crear personas racionales y libres.

La inteligencia humana no proviene por evolución de la materia, sino que es participación de una Inteligencia superior, creadora y rectora del mundo. La libertad y la dignidad humanas aparecen incluidas desde un principio en el plan divino. Porque el Creador quiere al ser humano como su interlocutor. Por eso su vida no está regida por la fatalidad, según la cual nada podemos hacer para cambiar las cosas.

La alegría de los primeros cristianos se debía a que se veían, repentinamente promovidos. De sentirse aprisionados por la fatalidad y el destino (caso de Edipo Rey), pasaban a la dignidad de personas: sujetos libres, llamados a un diálogo amoroso con Dios. Esta es la revolución que provocó el cristianismo en el mundo pagano.

El filósofo francés Jacques Maritaine, tras la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 declaró: “Nos hemos puesto de acuerdo en torno a esta lista de derechos, pero no sobre el ‘por qué’ de los mismos”. Los redactores del documento (que incluía musulmanes y comunistas), no se ponían de acuerdo sobre por qué el ser humano es digno de respeto siempre sin excepción. El cristianismo sí lo sabe: Porque la dignidad humana la da Dios creador.

El cristiano sabe también por qué el hombre, aun conociendo qué es lo bueno, termina haciendo lo malo. Lo explica muy bien San Pablo en Rm 7,19-20: “No hago el bien que quiero, sino que practico el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo ejecuta, sino el pecado que habita en mí”.

El orden jurídico del Estado democrático no puede explicar su legitimidad a partir solo de procedimientos generados democráticamente. Porque la opinión de la mayoría no es infalible ni le toca a ella definir lo que es justo. Se necesita la Palabra de Dios para asegurar los fundamentos que legitiman el orden jurídico del Estado. De lo contrario, la alternativa es crear una religión fanática o un estado policía. Como ha sucedido muchas veces y está sucediendo, de hecho, hoy día.

 

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